lunes, 28 de febrero de 2011

Horizonte estático

Ficción

Y así, con normalidad, ocurrió esta historia que me dispongo a relatar, otra prueba irrefutable de cómo la realidad siempre termina superando a la ficción. Porque sucedió lo que nadie había podido imaginar. Es que el horizonte se quedó quieto. Ustedes saben tanto como yo, que el horizonte siempre se había encaprichado en mantener una distancia constante entre él y cualquiera de nosotros. Cuando digo que se quedó quieto, digo que de repente, se congeló. Ya no persigue con locura nuestras pupilas empeñándose en estar siempre a la altura de nuestros ojos. Si no me creen, pueden buscarlo y hacer la prueba. A pesar de que se trata de un hecho sobrenatural exagerado, sólo encontré una persona intrigada con el asunto. Tomás fue el único que compartió conmigo el interés por el horizonte estático. Claro que mi interés se podía describir como teórico filosófico, mientras el suyo era totalmente práctico. Es que Tomás quería verlo de cerca, estar ahí. Me propuso una travesía ridícula, quería asomarse, mirar más allá. No digo que no fuera un viaje poético, pero me asustaba un poco. No sé bien por qué actué con tanta insensatez, aceptando el desafío, embarcándome en una lancha con un pequeño motor fuera de borda hacia lo que antes era una simple línea en el mar. Pronto se nos acabó el combustible y tuvimos que remar, pescábamos para comer y de a poco nos terminábamos las cantimploras. Pero llegamos. Tardamos mucho, pero alcanzamos el horizonte. Pensé que Tomás iba a quedar conforme con eso. El loco me propuso saltar. Zambullirme en la nada, porque eso era lo que había más allá del mar. Dijo que era lo único que le quedaba por hacer. Le pedí que me ayudara a volver a mí. Yo sí quería volver. Hizo como que no me escuchó. Saltó. Y yo me quedé solo en la lancha, flotando en el borde del mundo. Ahora ya no tengo agua en la cantimplora, hace días que me hidrato con mar con sal. Ya casi no pesco. Supongo que me estoy muriendo. Todo sería más fácil si el agua cayera y me llevara con ella, en una catarata hacia la inexistencia.