sábado, 30 de abril de 2011

Sabato

Noticia Cierta

El escritor argentino Ernesto Sabato, que antes había sido físico y después fue pintor, falleció hace algunas horas, mientras se encaminaba a cumplir los cien años. Según pudo saberse, dejó este mundo en su casa de Santos Lugares, aquel legendario sitio donde cada 24 de junio, famosos y comunes acostumbraron celebrar su cumpleaños.
Las tres novelas que escribió pueden ser consideradas obras fundamentales de la literatura argentina del siglo XX. El túnel (publicada en 1948) es la más breve de las tres. Sobre héroes y tumbas (1961) no sólo es la más larga, es también la que contiene ese texto infinitamente genial que es el Informe sobre ciegos. Abadón el exterminador (1974) es la última en ser escrita y la primera en la que él mismo es personaje y autor.
Buscamos con insistencia comunicarnos con Bruno, pero resultó imposible. Nos hubiera gustado contar con los comentarios y sentimientos del personaje de Sobre héroes y tumbas que era buen amigo de Sabato en Abadón el exterminador. No contestó el teléfono de línea, aparentemente no tendría celular.
El que sí hizo declaraciones fue Fernando Vidal Olmos, polémico personaje que todos creíamos muerto. Ernesto era un tipo especial, explicó, nunca me cayó bien, me dejó bastante mal parado en ese libro, aunque siempre estuvimos de acuerdo en que los ciegos controlan el mundo.

martes, 26 de abril de 2011

Río de las conchas

Hecho

El sol estaba todavía muy cerca del suelo, pero del otro lado. Así que la luz era tenue. El río viajaba aguas abajo sin mucho apuro, pero con una tenacidad de esas que sólo los ríos pueden tener. De a poco, las estrellas iban apagándose, abandonando ese cielo que se ponía cada vez más celeste. Podía oírse el quejido del puente, que mientras el agua le enfriaba las piernas emitía unos sordos sonidos de madera.
El general Lavalle ve a las tropas de Rosas y Estanislao López. Son muchos. Lavalle se acaricia la barba y por un momento, se distrae con los gastados colores de su uniforme. Ahí hay más de cuatro mil hombres. Los federales han aumentado su tropa con tres mil indios. El general unitario, recorre con la vista su ejército. Redondea en mil el número, porque pensar en que no llegan a la cuarta cifra lo incomoda.
Ya es demasiado tarde para retirarse. Comienza la batalla. Y si bien existen antecedentes incomprensibles en la historia de la guerra, de esos que uno no puede entender como no terminaron al revés, la cosa está muy difícil para Lavalle. Porque la proporción de siete contra uno es aterradora. Sobre todo porque aún no se inventaron las ametralladoras.
Ya pasaron unas horas. Deben ser como las diez de la mañana y los indios que vienen con Rosas han conseguido espantar a todos los caballos de repuesto. La caballería debe seguir con los equinos cada vez más cansados. Le pasan por encima.
Ya no tiene sentido quedarse a morir a orillas del río de las conchas. La batalla está perdida. El general Lavalle, con los hombres que le quedan, da la vuelta y se retira. Todos cruzan el puente y cuando están del otro lado, lo destruyen. Mientras se escapan, muy lejos de Buenos Aires, Eugene Delacroix deja el cuadro que está pintando para soplar las velitas de la torta. Acaba de cumplir treinta y un años.

sábado, 23 de abril de 2011

Colchón de espuma

Proceso

Muy extendido en el mundo occidental es el uso del colchón para dormir. También se usa para otras cosas, pero sobre todo para dormir. Existen varios tipos de colchones, siendo algunos una ostentación artesanal y otros un alarde de la técnica. Pero no nos vamos a ocupar hoy de esos colchones llenos de resortes ni tampoco de esas bolsas de tela llenas de agua. Nos ocuparemos del colchón de espuma y de cómo consiguió un hombre aprovechar el fruto de esa extraña planta que es la espumun fruticam.
Aunque muchos arriesgan que esta extraña planta con frutos de goma espuma es oriunda de la isla de la Atlántida, no existe evidencia histórica que defienda este delirio. La mayor parte de los botánicos están de acuerdo en que los primeros ejemplares de la espumun aparecieron en las costas tropicales de América y África durante el paleolítico. Los científicos sostienen que se trataría de una especie surgida a partir de la evolución de las poríferas, vulgarmente conocidas como esponjas marinas. Ignoran cómo hicieron para salir del agua.
Aun sin poder confirmarse, se estima que el hombre comenzó a cultivar esta extraña planta en el siglo XVI en algunas colonias africanas. Claro que para ese entonces sólo aprovechaban las hojas, con las que hacían unas ensaladas riquísimas. El extraño fruto esponjoso no les resultaba útil ni se arriesgaron a ingerirlo. Es que venía con una etiqueta que alertaba de su toxicidad en varios idiomas.
Fue en 1893 cuando Sir Mister Goma, un hombre rico que se había instalado en el Congo, pensó en utilizar el fruto de la espumun, que mostraba unas propiedades amortiguadoras sin iguales, para la fabricación de colchones. Y el 10 de noviembre vendió el primer colchón fabricado por Goma Incorporated.
Los primeros colchones producidos por la empresa de Sir Mister Goma eran confeccionados con tela y rellenados con miles de trozos del extraño fruto, aunque posteriormente, el noble diseñó un proceso de fabricación muy superior. Logró, utilizando matrices de madera y mucho fertilizante, que los frutos de sus plantaciones de espumun fruticam crecieran con la forma y el tamaño de un colchón de una plaza. Así, a partir de 1896, lo único que tuvo que hacer fue forrar el producto.

viernes, 22 de abril de 2011

El error de San Pedro

Ficción

Raúl paseaba por la calle, muy tranquilo. Nunca pensó que la muerte fuera una cosa tan fácil de aceptar. El afortunado encuentro con el empleado de la morgue, ese hombre enorme de dos metros que después de mantener una corta conversación con el ingeniero fantasma se fue corriendo a entregar la licitación pendiente, solucionaba su último problema. Raúl ya no tenía nada que hacer.
En cuanto el empleado de la morgue pudo entregar el sobre de la licitación en el ministerio de obras públicas, el ingeniero, muerto en un accidente de tránsito, flotó. Sí, flotó. En seguida entendió que no iba a ser muy difícil llegar al cielo. Lo invadió una alegría desmesurada.
Él no sabía qué dirección tomar. Subía hacia el cielo, pero no tenía idea de a dónde se encontraba la puerta al paraíso. Por un momento se sintió incómodo, hasta se desesperó. Pensó que sería poco grato estar flotando en el cielo, a merced de los vientos. ¿Cómo haría él para encontrar la puerta? Aún conociendo su posición, no sabría cómo flotar hacia ella.
Pero todo fue muy fácil. Flotó hacia arriba, recorriendo esa perpendicular imaginaria surgida de las baldosas de la vereda en la que se apoyaba hasta hacía poco. Miraba hacia abajo, disfrutando ese paisaje aéreo en el que todo se transformaba en pequeños puntos. Se golpeó la cabeza.
Cuando levantó la vista estaba justo frente a un puesto de migraciones mortuorias. Se había golpeado la nuca con el techo de la pequeña cabina prefabricada que albergaba a un tipo viejo, de barbas blancas. Usted debe ser San Pedro, arriesgó Raúl. El viejo lo miró aburrido. Se equivoca, lo corrigió, el señor San Pedro, por razones lógicas, se jubiló hace mucho tiempo. A esta altura tendría como cinco mil años de aportes.
Después de contestar un par de preguntas al barbudo de migraciones, Raúl pudo entrar finalmente al cielo. Nadie se percató de que aún era visible. Le faltaba rociarse con el aerosol de invisibilidad, ese que su ángel no le había dado nunca.
Hoy, miles de personas hablan de Raúl sin conocer su nombre. Se hizo famoso. Es que de vez en cuando se lo ve desde los aviones, sentado en una nube, jugando al ajedrez con uno de sus compañeros invisibles.

miércoles, 20 de abril de 2011

Pasteurización

Hecho

Una brisa de esas que sólo puede acariciarnos la cara en primavera. Es 20 de abril. Estamos en el hemisferio norte, de otra forma sería imposible lo de la brisa en primavera. Miramos por la ventana y disfrutamos el paisaje de algún lugar de Francia. El silencio es perfecto. Cada tanto es interrumpido por el sonido de un pequeño recipiente de vidrio, en un contrapunto maravilloso.
Dejamos la ventana. Entonces vemos a ese hombre. Con un traje elegante y una barba cana. De pie frente a un escritorio que sostiene una gran cantidad de recipientes de vidrio. A su lado está el otro. Están esperando algo. Mirando con paciencia y ansiedad un termómetro. Parecen estar midiendo la temperatura de una caja, o lo que la caja contiene. No hay mucho con que divertirse.
Aburridos como estamos nos acercamos al dúo de varones. Cuando el termómetro marca cuarenta y cuatro grados, los dos se apuran a sumergir la caja. Por alguna razón quieren enfriarla velozmente. La vuelven a depositar en la mesa, pero ahora lejos del mechero. La abren. Sacan una muestra del contenido. El de la barba cana prepara el microscopio. Se agacha y mira a través del pequeño ocular. Pasan segundos, minutos enteros. Finalmente levanta la cabeza y busca la mirada de su compañero. Sonríe.
Parece que el experimento fue exitoso. Luis Pasteur sabe que con este descubrimiento la industria logrará que el vino y la cerveza llegue a su destino antes de pudrirse, aunque todavía no sabe cuán útil le será a la humanidad  ni que todos llamaremos a este proceso con su nombre. Es que todavía estamos en 1864.

lunes, 18 de abril de 2011

Sin examen

Ficción

Que Oriana hubiera comprendido el efecto mariposa con tanta profundidad como para hacer uso de él, era sorprendente. Sobre todo si no se piensa en las relaciones que este efecto tiene con otros mucho más simples y conocidos. Porque en definitiva, el efecto mariposa no es más que un efecto dominó elevado a la enésima potencia.
Cualquiera de nosotros comprende perfectamente de qué se trata el efecto con nombre de juego de mesa. No nos cuesta mucho ordenar una serie de monedas en el suelo, una al lado de otra, todas equidistantes, para después empujando la primera hacer que todas caigan. El efecto con nombre de insecto es exactamente lo mismo, con dos diferencias. El hecho de que en el planeta hay millones y millones de monedas y de que el empujón inicial está muy lejos, temporal y espacialmente, de la catástrofe definitiva.
Oriana, después del atentado a las embajadas yanquis de medio oriente, se molestó cuando supo que en Egipto la tormenta se desvió un poco. Aunque el balance era positivo a pesar de los jeques incinerados en El Cairo. Estaba un poco impresionada. Porque a decir verdad, cuando movió inocentemente aquella planta en su terraza no creyó que fuera a pasar lo que pasó.
Justo ahora está de nuevo ahí, en la terraza de su casa. Está frente a una planta con flores blancas, muy bonitas. Espera que algo suceda. Hace tres días le dio un sacudón cariñoso. La perturbación en el aire cruzó la cordillera, en Chile desvió una pelota de fútbol. Para cuando llegó a Europa ya era un viento molesto. Oriana ve como unas nubes negrísimas le tapan la luz del sol. Se oyen unos truenos horribles. La ciudad se inunda por completo.
Oriana consiguió lo que quería. Ahora no puede ir a la escuela. Nadie podrá tomarle ese examen de matemática.

sábado, 16 de abril de 2011

0KM

Trasgresión

Era un domingo perfecto. No hacía ni frío ni calor. Javier estaba aburrido y esta vez no tenía que ir al supermercado. Hacía poco se había dado cuenta de que sus trasgresiones, a veces inocentes pero por momentos bastante escandalosas, son lo único que le da sentido a su vida. No quiero decir que para Javier la vida sea nada más que una sucesión de actos incorrectos, pero hasta hace poco no se había detenido a pensar en la importancia que estos actos tienen a la hora de caracterizar su identidad. Porque sus trasgresiones lo definen. Javier tiene un trabajo común, es una persona común, come comida común. Lo que lo distingue es esa necesidad permanente de romper las reglas y sus ocurrentes maneras de hacerlo.
No era un domingo tan perfecto. Faltaba trasgredir. Por primera vez, Javier pensó en esta necesidad irrenunciable que tenía. Fue consciente de que para poder dormir tranquilo cuando el día terminara tenía que hacer de las suyas. Entonces salió de su casa y caminó hacia la avenida. Se disfrazó de persona normal que está por comprar un auto y entró a un concesionario. Preguntó por un auto familiar. Que qué precio tenía, que si tenía levanta vidrios automático. Quiso salir a dar una vuelta.
El empleado, muy acostumbrado a salir a pasear en autos en venta con posibles compradores normales, en seguida le dio a Javier una llave. El trasgresor se mostró muy sensato al principio, acomodando todos los espejos, revisando las luces, saliendo a la calle con gran lentitud. Pero en seguida aceleró. Violó la velocidad máxima con tanta contundencia, que el vendedor no le dijo nada. Pasó dos semáforos en rojo, dobló a la izquierda donde no se podía y finalmente giró 180 grados en el medio de la avenida.
Javier durmió en la comisaría, pero con la seguridad de seguir siendo el mismo de siempre.

miércoles, 13 de abril de 2011

Apolo 13

Hecho

Ya han pasado muchos años, pero hubo un momento en que el hombre estaba obsesionado con el espacio. El espacio exterior. Le fascinaba la posibilidad de salirse de la atmósfera terrestre. Primero alcanzaba con eso. Salir a dar una vuelta, como hizo Yuri Gagarin a bordo de la Vostok 1 el 12 de abril de 1961. Y todo para decir después de aterrizar que el planeta era azul.
Pero hoy es 13 de abril de 1970. En Buenos Aires vemos cómo las agujas del reloj recorren esa porción del día que son las once de la noche. Y allá afuera, a unos sesenta mil kilómetros de la Luna, flotan tres hombres. James Lovell, John Swigert y Fred Haise están a bordo del Apolo 13. Allá afuera no sabemos que hora es. Lo que sabemos es que ahora, los tres sienten una explosión. Suponemos que se asustan un poco.
Los tres se miran. Quizás algún meteorito, de los bastante pequeños, impactó en el exterior del módulo. Pero en este momento confirman algo mucho peor. Explotó uno de los tanques de oxígeno. El comandante Lovell mira por la ventana. Lo único que ve es un cielo negro, espacial. Ahí afuera no hay oxígeno. Adentro del módulo todavía se puede respirar, pero no se sabe hasta cuando.
Cualquiera que vea a estos tres hombres puede comprender perfectamente que no sienten miedo. Sufren una profunda desilusión. Con un tanque de oxígeno menos no alcanza el tiempo para pisar la Luna y volver. Van a tener que conformarse con darle una vuelta. En un simple, pero orbital amague.

martes, 12 de abril de 2011

En busca del ángel

Ficción

Ahí estaba Raúl, en un rincón de la morgue. Ahí estaba su portafolio, conteniendo la licitación que tenía que entregar. Su cuerpo estaba en la heladera, esperando a que se lleven a cabo algunos trámites. Esa licitación era su tema pendiente. Sabía que no podría entrar al cielo si no entregaba el sobre papel madera. Intentó nuevamente tomarlo. Pero cuando acercaba su mano al portafolio, nada la detenía. Simplemente pasaba de largo, atravesando el fino cuero marrón.
Aceptó que necesitaba ayuda. Se acordó de que aún era visible. Y aunque no sabía por qué razón la gente podía verlo después de muerto, supo que le sería más fácil conseguir que alguien le hiciera el favor de entregar la licitación. Así que cuando entró en la habitación uno de los empleados de la morgue, sintió un gran alivio.
Aquel hombre era altísimo, casi dos metros. Vestía un guardapolvo blanco. Le extrañó muchísimo encontrarse con Raúl, aún sin saber que estaba muerto. No puede estar en esta habitación, le dijo al fantasma. Entiendo, respondió Raúl, entré por la pared. Es que este portafolio me pertenece y necesito que me haga el favor de entregar un sobre que hay dentro. La cara que puso el empleado de la morgue fue muy divertida de ver. Sé que suena extraño, prosiguió Raúl, pero acabo de morir y no puedo presentarme en la puerta del cielo mientras no entregue ese sobre.
El empleado de la morgue le pidió a Raúl que se fuera. Pero fue tan pesada la insistencia del ingeniero, que al hombre del guardapolvo no le quedó otra que ir a confirmar la versión del fantasma. Entró en la habitación de las heladeras. Le sostuvo inútilmente la puerta a Raúl. El ingeniero, muy respetuoso, evitó atravesar la pared. Cuando el empleado estuvo frente a la puertita número doce, la abrió sacando el cadáver un poco hacia afuera. Abrió la bolsa negra. Era Raúl.
Tan grande fue el susto que se llevó el empleado de la morgue, que con tal de dar por terminada su relación con el fantasma, accedió a hacerle el favor de entregar el sobre. Salió corriendo con la licitación y la presentó en el ministerio de obras públicas.

viernes, 8 de abril de 2011

En público

Trasgresión

Después de que Javier robara merengue de aquella torta que estaba haciendo su madre, no pasó nada. No es que aquella mujer considerara que su hijo no había hecho nada terrible, porque ella más que nadie sabía toda la glucosa que sus músculos habían consumido para batir las claras de huevo. No se dio cuenta. Fue por esa fantástica propiedad que tiene el merengue de mostrarse indefinido en su forma. Faltaba un poco, pero no era para nada fácil descubrirlo.
Javier sufrió las consecuencias. Con su precisa lógica infantil creyó poder generalizar aquel suceso. Pensó que si su madre no había descubierto la sustracción del merengue, tampoco su abuelo podría saber cómo desaparecieron sus anteojos. Sintió una inmensa sensación de inmunidad. Claro que no tenía la menor idea de lo que significaba la palabra inmunidad.
Pensó en la escuela y le encontró sentido. A él le aburría mucho cualquier clase. No le gustaban los recreos. Pero cuando pensó en la posibilidad de que la escuela se volviera el lugar para desarrollar sus trasgresiones empezó a reírse solo. En un instante, se apilaron en su cerebro un sinnúmero de posibilidades.
A pesar de ser muy joven, entendió en seguida que todo lo que la gente esperaba que hiciera era una oportunidad de trasgredir. Si no hacía la tarea rompía las reglas, pero eso lo hacían muchos de sus compañeros. Él era una artista, así que decidió que sus trasgresiones no podían ser cosas demasiado comunes. Así fue como decidió hacer silencio. Era una idea realmente atrevida. No habló más en la escuela. No respondió ninguna pregunta. Cuando un día lo llamaron a dar una lección oral se paró en frente del aula y permaneció callado doce minutos. La maestra tuvo un ataque de pánico.

miércoles, 6 de abril de 2011

La memoriosa

Ficción

Mariana tenía ese problema, recordaba absolutamente todo. En ese sentido se parecía al personaje de Borges, pero ella podía salir a la calle. Y por supuesto, podía abstraerse y pensar. Pero recordaba todo. Vivió en muchos lugares, casi tantos que ya no importa decir a dónde está, porque está un poco en todas partes. Sólo para no caer en una literatura inabarcable, nos concentraremos en los seis meses que vivió en el barrio de Belgrano. Esa porción de la pizza de Buenos Aires que está al norte, casi tocando el río, que a veces se inunda siendo parte de él.
Mariana caminaba por la calle. Iba a hacer las compras, paseaba, miraba vidrieras. Siempre observando. Registrando. Ella es una especie de directora de cine grabando una toma continua. Guarda los rollos de las películas en un pedazo de cerebro, cerca del hipotálamo. Así era como de a poco memorizaba todo. Empezando por los nombres de las calles, seguía con las formas de las fachadas de los edificios, los colores de sus paredes. El tamaño de los locales y los rubros de los comercios, terminando con las personas.
Mariana, a veces en un mes, a veces en un año, conseguía registrar todas las caras del barrio. Veía a los empleados de la librería en el supermercado y a los cajeros del banco en las galerías. Sabía los nombres de algunos, pero conocía las caras de todos. Y como se los cruzaba en distintos momentos a lo largo del tiempo, sabía si tenían hijos, si estaban casados. Cuando la señorita de la memoria absoluta registraba una zona por completo, se mudaba. Era la única manera de matar el aburrimiento.
Mariana tenía un costo de vida elevado. Firmaba contratos de alquiler a tres años pero nunca tardaba tanto en registrar un barrio. Así que se hacía cargo de la rescisión de cada contrato. Mudarse con tanta frecuencia resulta imposible para cualquiera. Pero Mariana no tenía problemas económicos. Aprovechaba su talento. Tenía una banda de secuestros extorsivos.

domingo, 3 de abril de 2011

El pistón y la tortura

Proceso

Vos tenés que subir y comprimir la mezcla, lo demás lo hace el combustible, le dijo el ingeniero al pistón del primer motor de combustión interna. Y entonces el pequeño prisma cilíndrico, con toda la ingenuidad del mundo, hizo lo que el profesional de la técnica le pedía. Claro que cuando terminó de comprimir la mezcla, una odiosa bujía la hizo explotar con una chispa. El pistón fue lanzado hacia abajo con una violencia exagerada. Cuando el ingeniero, muy conforme con el resultado del experimento, se acercó al pistón para felicitarlo, lo notó infinitamente molesto. Esto es una tortura, se quejó, no pienso hacerlo nunca más.
El ingeniero no lo podía creer. No había pensado en ningún momento que el pistón fuera a negarse a trabajar, no tenía otra cosa que hacer. Pero había dos problemas. Su trabajo era doloroso y las vueltas que tenía que dar le daban náuseas. Así que el ingeniero no tuvo más remedio que ponerse a negociar con el pistón. Lo que acordaron entre ambos y lo que sucedió después, fue hasta hoy uno de los secretos industriales mejor guardados.
Pero ahora sabemos que ese primer pistón y todos los que vinieron después, sólo trabajaron en los motores de combustión interna después de recibir un durísimo entrenamiento militar. Que incluyó, además de una terapia para aguantar los sacudones sin vomitar, el típico programa de entrenamiento para agentes del servicio secreto británico, siendo preparados para soportar la tortura de las quemaduras que les provocaba el combustible durante toda la vida útil del motor.