viernes, 22 de abril de 2011

El error de San Pedro

Ficción

Raúl paseaba por la calle, muy tranquilo. Nunca pensó que la muerte fuera una cosa tan fácil de aceptar. El afortunado encuentro con el empleado de la morgue, ese hombre enorme de dos metros que después de mantener una corta conversación con el ingeniero fantasma se fue corriendo a entregar la licitación pendiente, solucionaba su último problema. Raúl ya no tenía nada que hacer.
En cuanto el empleado de la morgue pudo entregar el sobre de la licitación en el ministerio de obras públicas, el ingeniero, muerto en un accidente de tránsito, flotó. Sí, flotó. En seguida entendió que no iba a ser muy difícil llegar al cielo. Lo invadió una alegría desmesurada.
Él no sabía qué dirección tomar. Subía hacia el cielo, pero no tenía idea de a dónde se encontraba la puerta al paraíso. Por un momento se sintió incómodo, hasta se desesperó. Pensó que sería poco grato estar flotando en el cielo, a merced de los vientos. ¿Cómo haría él para encontrar la puerta? Aún conociendo su posición, no sabría cómo flotar hacia ella.
Pero todo fue muy fácil. Flotó hacia arriba, recorriendo esa perpendicular imaginaria surgida de las baldosas de la vereda en la que se apoyaba hasta hacía poco. Miraba hacia abajo, disfrutando ese paisaje aéreo en el que todo se transformaba en pequeños puntos. Se golpeó la cabeza.
Cuando levantó la vista estaba justo frente a un puesto de migraciones mortuorias. Se había golpeado la nuca con el techo de la pequeña cabina prefabricada que albergaba a un tipo viejo, de barbas blancas. Usted debe ser San Pedro, arriesgó Raúl. El viejo lo miró aburrido. Se equivoca, lo corrigió, el señor San Pedro, por razones lógicas, se jubiló hace mucho tiempo. A esta altura tendría como cinco mil años de aportes.
Después de contestar un par de preguntas al barbudo de migraciones, Raúl pudo entrar finalmente al cielo. Nadie se percató de que aún era visible. Le faltaba rociarse con el aerosol de invisibilidad, ese que su ángel no le había dado nunca.
Hoy, miles de personas hablan de Raúl sin conocer su nombre. Se hizo famoso. Es que de vez en cuando se lo ve desde los aviones, sentado en una nube, jugando al ajedrez con uno de sus compañeros invisibles.