jueves, 19 de mayo de 2011

Buen viaje

Divague

Durante mi último viaje en subterráneo he concebido una gran solución para el problema del humor de los pasajeros. Es sabido que viajar apretados como orientales de país superpoblado y sufrir los retrasos devenidos de las frecuentes demoras del servicio pone los nervios de punta. Tanto que si existiera un crispómetro, que no sería otra cosa que un artilugio medidor de la crispación del ambiente, posiblemente ninguna empresa querría hacerse cargo de este enterrado medio de transporte.
La solución real y definitiva resulta inviable. Es que no es ni fácil ni barato duplicar la cantidad de vagones y la frecuencia de los trenes. Ni siquiera lo es producir la energía suficiente como para mover tantos ladrillos con ruedas. Por eso lo que se me ocurrió es hacer uso de la psicología barata. Barata porque tendría bajo costo. Se me ocurrió reemplazar las ventanas de los vagones por rollos de papel que con un pequeño motor eléctrico dieran vueltas indefinidamente. Así la imagen presente en las ventanas se movería permanentemente, dando la sensación de que el tren nunca se detiene. Claro que las sucesivas frenadas y aceleraciones confundirían mucho al pobre oído interno de los pasajeros.
Descarté esta idea. Se me ocurrió una mejor. Simple y fácil. Escandalosamente sencilla. Cambiar la manera de comunicarle a la gente las fallas del servicio. Se les informa a los señores pasajeros que la línea D funciona con demoras, dicen los conductores normalmente. Pero podría ser mucho mejor.
¡Uh! No saben lo que pasó, diría a partir de ahora el piloto, a un viejito se le ocurrió desmayarse en el tren de adelante. Vamos a atrasarnos un poco. Pero está todo bien, ya pasa. ¡Qué lindo es vivir en esta ciudad!