martes, 17 de mayo de 2011

Fabricación del oboe

Proceso

Cualquier persona en este planeta, incluso aquella que ostente la más escandalosa ignorancia, sabe que los oboes no nacen de un repollo. Quizás de tan ignorantes que son no sepan qué es un oboe, pero seguramente entiendan que no nacen de un repollo.
Este antiguo instrumento, que no es otra cosa que un emulador del pato, permite el uso musical de este sonido tan característico sin la necesidad de entrenar a un coro de aves acuáticas. Consiste en un pequeño trozo de madera lleno de llaves. No de llaves para abrir puertas, una serie de tapones que dejan o no salir el aire por los distintos agujeros del tubo.
De más está decir que para que pase aire a través del cuerpo del oboe es necesario hacerle un agujero. El problema es que debe ser cónico. Si alcanzara con un agujero cilíndrico, cualquiera podría hacerlo con un taladro. Pero lamentablemente, aún hoy, no se han desarrollado las mechas inflamables, me refiero a esas mechas capaces de inflamarse (en el sentido médico), volviéndose cada vez más grandes a medida que atraviesan la pieza a agujerear.
Es por este maldito agujero cónico, que todavía ya entrado el siglo vigésimo primero, no pudo encontrarse una forma sensata de industrializar su fabricación. Así que no queda otra que contratar a unos elefantes bastante sociables. Viven en la sábana africana (un pedazo de tela desértico).
Los honorarios de estos elefantes son un poco exagerados y resultan determinantes en el precio final del producto. Un buen oboe puede costar más de diez mil dólares. Más de una vez los fabricantes han intentado negociar un mejor precio, aunque sin resultados. Los elefantes saben muy bien que son los únicos que pueden soplar una rama de ébano con tanta fuerza como para hacerle un agujero.