miércoles, 20 de julio de 2011

Águila espacial

Hecho

No se escucha ningún ruido. Acá en el espacio exterior no hay ningún medio por el que puedan viajar las ondas de presión. Quizás si esta pelota gris tuviera atmósfera, aunque no fuera una de gran calidad, podríamos haber escuchado el ruido que hicieron los pequeños pies del águila al tocar el suelo.
Nosotros estamos acá. Allá abajo todos están por ver el pequeño paso de un hombre ampliado por la debilidad gravitatoria. Se trata de la primera transmisión via satélite de la historia. Todos los televisores del mundo podrán mostrar orgullosos esta hazaña.
Le quedan varios meses a 1969, así que no se sabe todavía que la carrera espacial se está terminando. Rusos y yanquis podrán dedicarse ahora a entrenar atletas, que serán famosos en las olimpíadas de 2008. Una portezuela se abre. Ahí sale un señor con un traje muy grande, disfrazado de marca de neumáticos.
No sé como se llama el sujeto. Yo no lo estoy viendo por televisión. Es muy gracioso como va saltando como si fuera un personaje de cuento infantil.
Supongo que nadie había creído esto posible hasta hoy, exceptuando a Julio Verne. Incluso habrá quienes desmientan este hecho en el futuro.
Yo desde acá lo veo bastante real. Pero no sé cuán real soy.

viernes, 1 de julio de 2011

Aceleración lumínica

Divague

Esta tarde he descubierto algo terrible. Sucederá dentro de mucho tiempo, pero es terrible. No hay que ser científico para saber que la gente en nuestro planeta se mueve cada vez más rápido. No sé si puede tomarse como causa única el apuro por llegar primero, pero sea esta u otra la razón por lo que la gente se acelera, lo empíricamente cierto es que se acelera.
Por ahora nos encontramos en un estadío intermedio en el que se producen cada vez más accidentes. Autos que chocan con autos, autos que atropellan personas, personas que se estrellan contra gerontes. Todo esto ya está sucediendo.
Pero me di cuenta de que existen dos momentos muy críticos en esta aceleración irracional de la gente. Ambos tienen que ver con las velocidades a las que naturalmente viajan dos fenómenos físicos muy comunes.
Cuando la gente por la calle supere los mil doscientos kilómetros por hora, ocurriran los dos primeros problemas. Ya no podremos llamar a nadie, porque nuestra voz nunca alcanzará los oídos de su destinatario. El otro, más grave, es que debido al estruendo producido por la ruptura de la barrera del sonido, todos nos quedaremos sordos.
Igualmente, será cuando la gente supere los trescientos mil kilómetros por segundo y atropelle todo lo que tenga delante sin que nadie pueda ver cómo lo hace, cuando ya no haya forma de salvarnos.