sábado, 29 de octubre de 2011

Explota la bolsa

Hecho

Hoy es martes. Y está tan pero tan nublado, que todo está negro. Es muy poca la luz que puede pasar a través de esa gran cantidad de vapor de agua que flota en el cielo. Estoy en un país que no me pertenece. Ningún país me pertenece, pero este menos todavía, porque ni siquiera nací en él. Ni el idioma entiendo.
Los trajes de la gente son algo graciosos. Diría que son antiguos por parecerse a esas vestiduras que lleva la gente en las películas históricas, pero todavía no hay de esas películas. Las caras de todos reflejan algo terrible. Y no puedo pensar que el problema sea un mal resultado del equipo de este país en el mundial de fútbol, cosa que podría poner así a la gente de otros muchos lugares, pero no de este. No juegan fútbol. Aunque tampoco hubo mundiales.
Ahora empiezo a dudar si son las nubes o las caras de la gente lo que no deja que la luz ilumine el aire. Incluso cuando un rayo solar, con todas sus radiaciones consigue colarse, nada brilla. Como si los ojos de estos peatones absorbieran todo la energía del astro central de nuestro sistema planetario.
Martes negro este 29 de octubre de 1929. Y vienen así los últimos días. Todo el mundo asustado con el porvenir. Ilusionados con que el cataclismo bursátil de este país se revierta. No estoy seguro de que vaya a revertirse. Oí a algunos estimar una pérdida en la bolsa de alrededor del cuarenta por ciento para hoy. Supongo que la situación es extrema y justifica el susto de la gente. Los desempleados por no tener trabajo, los empleadores por quedarse sin empresa, los bancos por perder todos sus billetes.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Siempre ocupado

Ficción

Era una casa como cualquier casa, eso se suponía. La habitaba una familia como cualquier familia, eso se pensaba. Los vecinos empezaron a notar algo raro. Nunca conseguían conocerles la cara a los habitantes de la casa violeta. Y no porque no fueran atentos. A cualquiera le hubiera pasado lo mismo. Todos los días salía gente de ahí. Cada vez más gente. Se habían mudado una pareja y dos hijos. Pero un vecino aseguraba haber contado veinticuatro personas espiando el jardín.
La sala era grande, pero la gente que había la hacía parecer diminuta. Hubo primero una mesa de living modesta vistiendo el centro de aquella habitación, pero los dueños de casa debieron cambiarla por una más grande. Es que la familia había crecido mucho. Y esto no tendría ningún misterio si el crecimiento demográfico de la población de la casa se hubiera dado con una frecuencia de un nuevo individuo cada nueve meses. Pero llevaban sólo tres semanas viviendo ahí y pasaron de cuatro a veinte. Aunque me parece que son más. Incluso ahora sale otro del baño.
A simple vista se descubría en la casa un grupo de personas desesperado por encontrar la manera de resolver esos problemas de logística que tiene cualquier casa. La limpieza, con tanta gente, era lo más fácil. Pero las compras no se terminaban nunca. Ni hablar de la organización requerida para comer. Porque no contaban con la infraestructura apropiada como para cocinar para tanta gente, ni vajilla suficiente. Otra vez sale uno del baño.
Ese baño está siempre ocupado. Siempre. Sale gente de ahí, más de la que entra. Esto no tiene ningún sentido. Pero no por carecer de sentido, deja de ser cierto.

lunes, 24 de octubre de 2011

Paso a nivel

Trasgresión

Ahora Javier maneja. No es que antes no lo haya hecho. Está manejando justo en este momento. Va en auto. Uno que alguien por hacerse el amable le ha prestado, alguien que muy probablemente se quede sin su coche. Hoy parece estar tranquilo, pero no tenemos que dejar que nos engañe. Siempre se las arregla para hacer de las suyas.
Ahora Javier está por doblar en la esquina. A la derecha, cosa permitida. Hay un extraño sujeto cruzando. Lo deja pasar. Por ahora viene respetando la ley de tránsito. Pero quizás no sea lo mejor. Cumplir las normas provoca en él una especie de acumulación que finalmente lo obliga a cometer una trasgresión peor.
Ahora Javier ve el semáforo más cercano. Está rojo pero no para. Empieza a rodar la última versión de su espíritu trasgresor. Acelera por encima de la velocidad permitida, cosa que suele hacer con frecuencia. Justo en este momento nota un pozo en la calzada. Le apunta y siente como el auto se sacude con violencia. Se oye un ruido preocupante. De esos que sólo pueden ser quejidos de amortiguadores.
Esto no me gusta nada. Estoy escuchando esas campanas inconfundibles. Javier está llegando a un paso a nivel y la barrera ya terminó de bajar. Espero que este loco pueda contener su inercia rebelde. No para. Está loco. Bocina.
El tren pasó de largo. Convirtió el coche con el choque. Lo transformó en chatarra. Pudo frenar a unos cincuenta metros del lugar del impacto, con un maquinista aterrado que ya se sentía asesino. Pero Javier bajó del auto por uno de los agujeros que tenía y se sacudió la tierra. Miró el tren con cara de contento. Miró el auto, más contento todavía. No podía dejar de imaginarse la cara del dueño del vehículo.

viernes, 21 de octubre de 2011

Empaqueta la galleta

Proceso

Muchos se habrán preguntado cómo es que se las arreglan para meter una cierta cantidad de galletitas adentro de un paquete. La mayoría supondrá, erróneamente, que no se meten las galletitas en el paquete, sino que el paquete envuelve las galletitas. Porque esto es lo más sensato.
Galletitas y galletitas viajando a través de una línea de montaje hasta alcanzar una máquina automatizada que las rodea con un plástico, que hace unos dobleces y un par de soldaduras. Paquete listo. Existen muchas máquinas empaquetadoras capaces de armar paquetes de galletitas. Pero la industria de la galleta se negó a utilizarlas.
Durante una convención de productos alimenticios llevada a cabo en algún lugar del planeta, los fabricantes de galletitas acordaron prescindir de toda empaquetadora automatizada. Lo hicieron porque su implementación exigía una extrema precisión en el corte de la masa y un total control sobre la dilatación de la galleta durante la cocción.
Si bien dedicaron algo de tiempo y dinero en la búsqueda de una forma de asegurar que todas las galletitas salgan exactamente iguales para así hacer posible la utilización de máquinas empaquetadoras automáticas, no consiguieron buenos resultados. No les quedó otra que comprar los paquetes armados, sin cerrar.
Cualquiera que visite una de estas fábricas, cuando llegue al final del recorrido, verá un montón de empleados metiendo galletitas una por una adentro de los paquetes. Les llamará la atención ver como deben limar los bordes de las galletitas para emparejar sus tamaños y conseguir que toda sean iguales.

martes, 11 de octubre de 2011

Incertidumbre

Discusión

No me entendiste bien, dijo Rodrigo para adentro, lo que quise decir es que al tirar una moneda, las posibilidades no son sólo cara o cruz, son infinitas. Esta última oración no le había aclarado nada. Hecho triste para cualquiera que discuta con su propia persona. Haber si entendí, intentaba recapitular Rodrigo, lo que vos sostenés es que infinitos desenlaces son posibles después de arrojar una moneda. Claro, se contestó.
A pesar de que su interlocutor era él mismo, Rodrigo no pudo confiar ciegamente en el disparate que se había dicho. Es que de ser cierto, no tendría sentido que, al menos en la mayoría de las veces, las monedas arrojen resultados de cara o cruz. Entonces se lo hizo saber a Rodrigo.
Hay algo que se te escapa, le dijo el defensor del disparate. La cantidad de desenlaces posibles para una moneda que se lanza al vuelo es infinita, aunque no todas estas posibilidades son igualmente probables. Ni bien entraron en temas estadísticos, Rodrigo, el otro, se sintió incómodo.
Explicó el fanático de la incertidumbre, que si bien era altísima la probabilidad de que la moneda caiga en cara o en cruz, nunca podía descartarse que pudiera permanecer apoyada en su borde, sin decidirse. Incluso sostuvo, y con convicción, que era posible que la moneda desapareciera o viajara en el tiempo. Hasta que expresara cara y cruz al mismo tiempo. Muy poco probable, dijo, pero eso no quiere decir que no pueda suceder.
Esta discusión no iba a ningún lado, como ninguna de las discusiones que suceden dentro de un solo cerebro. De todas formas, antes de acostarse, ambos Rodrigos, lanzaron una moneda.

martes, 4 de octubre de 2011

Se mueve mi cintura

Divague

El lunes pasado, como sistemáticamente me viene pasando los últimos meses, el pantalón me quedó corto. Así que decidí investigar el hecho. Es que los últimos seis pantalones que compré, me quedan cortos. Distintos tejidos, dinstintos modelos. Todos cortos.
Soy un ser racional y sé muy bien que esto tiene que tener una explicación. Cuando me pasaba de chico, la culpa la tenía yo por crecer permanentemente. Pero ya no soy chico.
Igualmente, no podía negar que esta, la de seguir creciendo, fuera la causa más probable del acortamiento de los pantalones con respecto a mis piernas. Así que recurrí al método científico. Observar, medir y tomar notas.
Todos los días, siempre a distinta hora, me puse contra una pared y marqué con lápiz mi estatura. Usé una escuadra para no tener imprecisiones angulares. Así quedó claro que yo ya no crezco. La línea se quedó ahí, en un mismo lugar. Descarto entonces que el acortamiento de los pantalones se deba al alargamiento de mi cuerpo.
Me sentí confundido largo rato. No podía dar con la causa de este incómodo fenómeno. Intenté encontrar la respuesta mientras caminaba, mirando con atención los pantalones, cantando, saltando, mientras lavaba los platos.
Se me ocurrió cuando cerré los ojos justo antes de dormir. No sé cómo no me había dado cuenta. Para que un pantalón quede corto, no hace falta que todo el cuerpo se alargue. Con que se alarguen las piernas alcanza. Ahora entiendo todo. No crezco, la cintura se me mueve para arriba.