martes, 26 de junio de 2012

Discos con sal

Hecho

Necesito que juntos volvamos hacia atrás, muchos años. No a ese tiempo en que nosotros éramos chicos, mucho más atrás. Y para aterrizar de manera prolija en el pasado, vamos a irnos al año 1800, número redondo. Respetando la fecha, claro. Así que hoy es 26 de junio de 1800. Estamos en Londres y está lloviendo. ¿Cómo hicimos para llegar a las islas británicas? Al lado de viajar en el tiempo, es pan comido.
Se habrán dado cuenta de que estamos en un recinto donde pronto ocurrirá una audiencia. Hay mucha gente, toda fuera de moda, aunque los que desentonamos somos nosotros. Por las dudas, para no generar inconvenientes, apaguemos los celulares y metámonos la camisa adentro del pantalón.
Estamos por presenciar un evento histórico. La audiencia la organiza la Royal Society. Parece que un italiano, aún no muy famoso, mandó una carta en el mes de marzo. Sostiene haber desarrollado un artilugio que produce corriente eléctrica, sin enchufe. Aunque en estos tiempos, enchufes no hay en ninguna parte.
Hagamos silencio que ahí empiezan a leer la carta de Alejandro Volta. ¿Entienden ustedes? A mí el inglés me cuesta un poco, sobretodo cuando es tan antiguo. Aparentemente, Alejandro sostiene que si vos en tu casa ponés un disco de cinc y arriba un cartón con salmuera y arriba un disco de cobre y arriba un cartón con salmuera y arriba un disco de cinc y arriba un cartón con salmuera y así sucesivamente, armás una pila de discos de cobre, cinc y cartón. Cosa obvia. Lo raro es que si conectás un cable arriba de la pila y otro abajo y los juntás, salta una chispa.
Por la cara que acaban de poner todos los presentes, nadie se cree la carta de Alejandro. Aunque nosotros, que venimos del futuro, sabemos que dentro de unos años la tensión de los enchufes se medirá con su nombre y el planeta estará lleno de pilas de basura.

lunes, 25 de junio de 2012

Cero absoluto

Discusión

Es así, le insistía Rodrigo a su propia persona, los átomos de cualquier material se están sacudiendo todo el tiempo, incluso los de tu piel. Mirá si los átomos de mi piel van a estar temblando todo el tiempo, se contestó con fundamento, tendría muchas cosquillas.
La cara que puso Rodrigo, el primero, ese que usa más el hemisferio izquierdo del cerebro, era muy expresiva. Sentía que discutir consigo mismo, a veces resultaba algo extenuante y falto de sentido. Él sabía muy bien que los átomos bailan permanentemente pero no había forma de que Rodrigo, el otro, lo aceptara.
Mirá, siguió argumentando Rodrigo, pero el que usaba más el hemisferio derecho, no podés decir semejantes cosas así como así. Yo me miro la mano, y te aseguro que considero lo que me estás diciendo, pero mi piel está quietísima. Pero lo que se mueve son los átomos, lo interrumpe Rodrigo. Dejame terminar. Me he visto muchas veces la piel con una lupa, podemos mirarme la mano ahora con un microscopio. Pero no alcanza con eso, se impacientó Rodrigo. El microscopio óptico sólo amplía hasta mil veces. Yo estoy hablando de átomos.
Supongamos que te creo al menos por un momento, cedió el Rodrigo escéptico mientras señalaba la mesa de la cocina. Miremos esta mesa, dijo, supuestamente todos sus átomos se están sacudiendo. Ahora, desafió, ¿No te parece raro que si todos se están sacudiendo la mesa no se mueva? Para que la mesa esté así de quieta, ese movimiento que vos decís que hacen todos los átomos, tendría que estar compensado. Y puedo llegar a imaginarme átomos que se sacuden, pero no los veo charlando para ponerse de acuerdo.
Una leve puntada en la cabeza distrajo a los dos Rodrigos. Fue lo suficientemente fuerte como para que dejaran de hablar de átomos y fueran a hacerse la merienda.

sábado, 16 de junio de 2012

turbaecPinor

Anagrama

Cada uno tiene consciencia de un universo bastante más grande que uno, porque se sabe chiquito. Pero si es muy pequeño, quizás ese universo que considera también lo es, al menos en relación con otros. Acá está oscuro y no veríamos nada si no estuviéramos leyendo. Todo está quieto, pero a punto de moverse, en cámara lenta.
Ella no existe, hasta ahora. ¿La ven? Un golpe acaba de darle vida, como si se tratara de un dios externo al sistema. Ella ahora vive, pero no tiene tiempo de hacerse preguntas. Siente algo que la tira hacia arriba. Viaja muy rápido y cubre una distancia enorme o mínima, eso depende de la unidad de medida. Piensa que quizás no se detenga nunca, pero choca violentamente y rebota en sentido contrario. Ahora siente que la tiran hacia abajo. Choca otra vez. Vuelve para arriba.
Así está un rato, moviéndose con una velocidad constante, rebotando interminablemente. Le alcanza el tiempo para pensar un poco y creer que su existencia consiste simplemente en esto. Rebotar y rebotar sin detenerse. Pero justo en ese momento, las cosas se aceleran. Siente que se deforma. Como si viajara a otro planeta y fuera sometida a una aceleración gravitatoria diferente.
En seguida vuelve a sentir una deformación. Pero ahora tiene claro que se expande. Como un líquido al desparramarse por el suelo. Ya no rebota contra ningún lado, pero se deforma rítmicamente, un rato cóncava un rato convexa. Hasta que en un momento, empieza a crecer todavía más. Ahora lo hace en un solo sentido y empieza a tener miedo.
Ella entiende que cuanto más se estira, más cerca está de la muerte. Sin embargo, contra todos sus pronósticos, cuando ya no le queda resto, una parte de ella se mete por un túnel muy curioso. Atraviesa una pequeña membrana y viaja a través de una hilera de huesos. Se transforma en corriente eléctrica y queda alojada en el cerebro de alguien.

Cuando adentro de un piano, uno de los 88 martillos golpea una cuerda, produce una perturbación que viaja a través de ella con una velocidad determinada. El puente la transmite a la tabla acústica, que la suelta en el aire. El sonido decae rápidamente. Si la perturbación permaneciera en la cuerda, viviría mucho más tiempo. Aunque no la escucharía nadie.

viernes, 8 de junio de 2012

Por derecha

Ficción

Era un hombre de esos que se confundía los lados. De chico le costaba mucho acordarse de cuál de sus manos era la derecha y cuál la izquierda. Claro que se puede vivir tranquilamente con esta confusión, mientras no suceda ningún accidente.
Ya de grande, claramente adulto, pero no tan grande como para ser un viejo, se confundió por última vez. Y le damos importancia aquí al hecho de que aún no era viejo porque fue determinante en aquella tragedia. Seguramente la recuerdan, deben haberla visto en las noticias.
Este sujeto viajaba en ese tren que va por abajo de la tierra. Y como no era todavía viejo, nadie le había cedido el asiento. Estaba parado al final de uno de los vagones, apoyado en la pared. Ahí fue cuando pasó lo que no tenía que pasar. El tren se detuvo lentamente y se oyó la vos del conductor ordenando evacuar la formación. Había un principio de incendio en el tercer vagón y por alguna razón desconocida, las puertas no se abrían.
La gente se desesperó y el hombre que casi siempre se confundía de mano, notó que justo detrás de él había unos botones para usar en caso de emergencia. Unos que permitían abrir las puertas en forma manual. Rompa el vidrio, rezaba un cartel. Y con esto el adulto confundido no tuvo ningún problema, podía usar cualquiera de las dos manos para romper un vidrio.
El problema eran los botones. Uno abría las puertas de la derecha y otro las de la izquierda. En medio de aquel caos desesperado, el hombre no pudo entender que los botones abrían las puertas del mismo lado. Simple para nosotros, que ya no nos confundimos con estas cosas. El botón de la derecha, abre las puertas de la derecha.
El adulto se equivocó. Y como esos trenes que van por abajo de la tierra a veces están muy llenos, la gente salió del vagón, pero calló en la vía contraria. Después, lo único que se oyó fue un bocinazo.

viernes, 1 de junio de 2012

Factura aritmética

Divague

Así como le pasó a Gödel cuando intentando demostrar la perfección de la matemática terminó demostrando su incompletitud, di con otra ridiculez numérica mientras intentaba desarrollar una ecuación que permitiera representar, de forma aritmética, lo que sucede con el costo de las facturas y sus docenas.
Empecé designando una letra para representar a la factura, sin hacer diferencias entre medialunas, vigilantes y cañoncitos con dulce de leche. La letra f de factura se prestaba a confusión por ser usada mucho tiempo para representar funciones (f(x)). Así que me decidí por la n.
Me fui hasta la panadería y pregunté a cuánto estaba la factura. Dos pesos con cincuenta centavos, dijo desde atrás del mostrador una chica que, sin darse cuenta, era mensajera de un proceso inflacionario temible. No soy el único que recuerda aquel momento cuando con dos pesos con cincuenta podía comprarse más de media docena.
Escribí en un papel: n=$2,5. Tomando esta inconstante (sería una constante en el sentido científico si no hubiera inflación) uno puede saber rápidamente cuánto le cobrarán en la panadería por cualquier cantidad de facturas simplemente multiplicando el valor de n por dicha cantidad.
Es fácil darse cuenta de que para representar la docena de facturas sólo tenemos que recurrir a doce enes (12n). Y 12n es igual, si la inconstante n vale 2,5, a $30. Sí, un valor diez veces mayor que el que tenía la docena de facturas en tiempos pretéritos.
Entro a la panadería y elijo doce facturas. Voy a la caja y le pago justo. Me estoy yendo cuando me gritan. Te olvidás el vuelto, me dicen. ¿Qué vuelto? La docena sale treinta pesos. No, me responde el señor de la caja, la docena está 27,50. Si lleva doce, le descontamos una.
Ahora sí que estoy en problemas. Resulta que 12n es distinto de doce por ene. Y lo que es mucho peor, 12n = 12n - n. Con esto alcanza para dejar claro que la matemática aún no está lista para soportar las variables del marketing.