viernes, 10 de agosto de 2012

Super Mariano

Ficción

Lo más común de ver en las películas, es que mucha gente distinta tenga muchos problemas distintos y exista un único superhéroe para resolverlos todos. Es bastante ridículo suponer que cualquier superhéroe no sufre los mismos condicionamientos sociales que las personas normales. Sabemos que hace muchísimos años, había médicos que se hacían cargo de todos los problemas de salud. Pero pasaron los años y aparecieron, por ejemplo, los traumatólogos. Y después los deportólogos. Y ahora existen especialistas en rodilla. Con los superhéroes sucede lo mismo, hoy tienen sus especialidades.
Rocío, una estudiante de derecho que hace un tiempo fue rescatada por super Alcira, está ahora por tomar el mismo colectivo que entonces, ese cuya línea puede expresarse por la intrincada relación aritmética de dos veces, seis veces diez, más diez. Levanta la mano para que el colectivo se detenga y se dispone a extraer de su bolsillo una tarjeta, esa que almacena un montón de plata electrónica para pagar boletos de transporte público.
Aquí empieza otro capítulo, la tarjeta se resbala de las manos de Rocío, cae hacia el suelo dando caóticas vueltas. Todo pasa muy rápido, pero lo estoy contando en cámara lenta. Cada milisegundo que pasa, la tarjeta está más cerca del suelo. En realidad, más cerca de una boca de tormenta llena de agujeros. No vamos a hacer un cálculo probabilístico. La tarjeta termina en el fondo de la alcantarilla.
Rocío deja pasar el colectivo y trata de que se le ocurra alguna manera para sacar de ahí la tarjeta. Puede verla a través de los agujeros a unos cincuenta centímetros. Pero antes de que se le ocurra cualquier cosa, aparece a la vuelta de la esquina un sujeto extraño. Viste ropa de médico cirujano. Tiene un sombrerito gracioso y oculta su identidad con un barbijo. Trae una valija en una mano y un lavabo en la otra. Se detiene frente a Rocío, que lo mira raro.
Super Mariano primero lava sus manos y brazos con jabón antiséptico, se calza unos guantes de goma. Abre la valija. Despliega en la vereda todo su instrumental laparoscópico. Vemos como los bracitos del aparato entran en la alcantarilla por los agujeros. El cirujano maniobra con maestría y en pocos minutos, caza la tarjeta perdida. Logra sacarla de la alcantarilla. Se la devuelve a Rocío. Con su misión cumplida, super Mariano guarda toda su tecnología después de enjuagarla en el lavabo. Cierra la valija y se pone de pie.
De repente, una luz encandilante como las de los quirófanos ilumina toda la esquina. Todos quedamos ciegos por un instante. Ahora podemos ver de nuevo, pero no hay ni rastros del super cirujano.