sábado, 28 de diciembre de 2013

El otro incendio

Ficción

Y se vino la ola de calor. Buenos Aires es un horno por estos días. No uno a gas ni tampoco uno eléctrico. No sirve para cocinar bizcochuelos pero las ideas queman y la tasa de transpiración de la población creció increíblemente. Yo acá estoy, pelado. No, todavía no se me cayó todo el pelo, sucede que durante la tarde de ayer me pasó algo de lo más ridículo.
Estaba trabajando en el escritorio con mi computadora portátil. Las gotas de sudor se deslizaban por mi frente, por mi nariz, se me metían en los ojos. En cierto momento me di cuenta de que la computadora estaba muy caliente. Tuve que alejar un poco las manos para no quemarme. E Ignorando las advertencias de los fabricantes, que siempre establecen un rango de temperatura para el uso de una máquina, no detuve mi inspiración. Seguí escribiendo lo más rápido que pude.
Cuando ya me quemaban las yemas de los dedos retiré apurado las manos del teclado. Noté que comenzaba a salir humo de la computadora. A los pocos segundos una pequeña llama naranja se asomó por debajo de las teclas. ¡Mi máquina estaba prendida fuego! ¡Mi trabajo estaba a punto de perderse en una veloz oxidación de los materiales que lo alojaban!
¿Si me quedé pelado por el estrés? No, realmente hacía mucho calor. Y estaba tan preocupado por mi computadora que no alcancé a darme cuenta de que el pelo se me había encendido también. Para cuando metí la cabeza debajo de la ducha, sólo quedaban unas cuantas hebras.