jueves, 29 de enero de 2015

Salpicando el cactus

Ficción

Ese que ven ahí es Gabriel Click. Es fotógrafo. Estamos en Catamarca. Una provincia argentina, justo arriba de La Rioja. Acabamos de abandonar la capital de la provincia hacia al oeste, por la ruta cuatro. No buscamos nada especial, seguimos a Gabriel nomás.
Gabriel es un fotógrafo muy particular. Piensa la fotografía como una herramienta para registrar algo más que la realidad. Por eso no saca una foto así como así. Siempre las prepara obsesivamente. Manipula la luz y los colores, no sólo con el obturador y el diafragma. También con elementos ajenos a su cámara.
Está subiendo por la ladera, por el lado de la ruta por donde no pasa el río El Tala. Sube muy confiado, sabiendo hacia donde va. Quizás arriba haya algo especial, algo más que los arbustos que cubren la tierra de todas estas montañas.
Hay pircas enterradas, paredes de piedra que parecen hechas hace mucho tiempo por antiguos habitantes del suelo americano. Unas ruinas viejas, de como 1500 años. Un sitio arqueológico bastante monocrómico. Conozco el trabajo de Gabriel Click y me cuesta creer que se conforme con una foto tan poco psicodélica.
Gabriel se acaba de detener en frente de un cactus enorme. Deja su mochila en el suelo y saca de adentro unas botellas de colores. También tiene un extraño envase con una manguerita, tiene un gatillo y parece que se le puede insuflar aire. Lo carga con uno de los colores y se asegura de elevar la presión interna.
No tarda mucho, en quince minutos pintó el cactus de un lindo verde manzana, algunas piedras de rojo y dejo manchas violetas, naranjas y amarillas en el suelo. Ahora sí saca la cámara. Mide la luz, cierra un poco el diafragma. Y Click saca su foto.
Ahora corre hacia abajo, se escapa del cuidador del sitio, que a los gritos le pide que se detenga. Ya no lo alcanza. El pobre hombre no sabe cómo va a explicar lo sucedido. ¿Quién era ese extraño profanador de ruinas?

Ser una cámara de fotos no es tan fácil. Nuestro contacto con el mundo es literalmente fugaz. Oídos no tenemos, olfato tampoco. Nos conformamos con un único ojo. El problema es que la mayor parte de las veces lo abrimos durante muy poco tiempo. Está vez fueron apenas 8 milésimas. Pero me alcanzó para ver una pared de piedras con manchas rojas y un cactus pintado de verde.