viernes, 27 de marzo de 2015

Castillos geológicos

Discusión

Esos son los castillos. Acá en el noroeste argentino les dicen así. Rayas profundas, verticales, dan la sensación de diseñar la arquitectura sedimentaria que adorna el paisaje. Disculpame, discutió Rodrigo con su otro hemisferio del cerebro, pero lo que decís tiene un claro sesgo medieval. Lo que acá los lugareños describen como castillos tranquilamente podrían llamarse rascacielos. Claro que a la gente del interior le molesta un poco el urbanismo. ¿Qué decís? Ahí nomás se interrumpe Rodrigo con el primer hemisferio. No seas tan porteño.
Pido disculpas, continúa el otro, pero no me vas a decir que no tengo razón. Los surcos en las montañas son surcos. Si te sentás en una reposera y los mirás todo el día vas a encontrar miles de formas distintas de llamarlos. Está bien, tenés razón. Claro. Igual más allá del nombre que les demos están buenísimos. Una bella manifestación del trabajo del agua y el viento a través de los años.
Ahora soy yo el que no estoy de acuerdo. ¿Vos decís que el agua y el viento tuvieron el mismo grado de participación? Eso me dijeron, se contestó Rodrigo a la defensiva. Darle tanto crédito al agua en un lugar donde no llueve nunca me parece un despropósito. No te agarres de las estadísticas meteorológicas. Sabés muy bien que el impacto que puede tener un baldazo de agua en esta roca enclenque es mucho más grande que el daño que le podés hacer soplando un poco. ¿Qué decís? Estamos hablando de masas de aire gigantes, a velocidades de importancia. Y durante todo el año.
Esperá. Vas a estar de acuerdo conmigo en que el aire es muy liviano y no se cae. Sí, claro. Y en que el viento se mueve de manera más o menos horizontal. Así que es evidente que esos surcos los hizo el agua, porque si no no estarían alineados para abajo.
A veces, cuando Rodrigo es capaz de presentarse a sí mismo argumentos de tanta contundencia, no le queda otra que guardar silencio.

jueves, 19 de marzo de 2015

Hay equipo

Trasgresión

Como Javier ya no se divertía tanto haciendo que la gente pase un mal rato, reconsideró la oferta de un curioso dirigente del distrito. Aceptó quedar a cargo de una brigada de trasgresores. Era pública la gran reducción de las contravenciones en la ciudad desde que Javier supo trasgredir siendo útil a la sociedad. Resultaba bastante fácil de creer también, que una pequeña inversión en recursos humanos podía mejorar aún más el rendimiento de su método.
El trasgresor seleccionó a los integrantes de su equipo personalmente. Todos estarían a prueba durante noventa días corridos, esperándose de su parte una participación activa en el método recién a partir de la tercer semana. Javier no tardó nada en darse cuenta de que su acostumbrado procedimiento se podía volver mucho más eficiente. La división de tareas permitía que, mientras parte de su equipo se ocupaba de seleccionar víctimas, estimar presupuestos y construir lo que hiciera falta, él pudiera dedicarse únicamente a concebir los planes de ataque.
Uno de sus muchachos nadó en un club como incógnito durante una semana. De todas las muestras de mala conducta observadas, el equipo seleccionó de forma unánime el arrojar el chicle sin gusto a los mingitorios en el vestuario masculino del club. Pero como no había presupuesto para darle una lección a todos los idiotas que obligaban al encargado del baño a ensuciarse la mano todo el tiempo, se seleccionó a uno de manera aleatoria.
Y un día la víctima arrojó el chicle en el mingitorio y un rato después salió del baño. Listo para ir al trabajo relajado, con esa sensación muscular tan placentera que da hacer ejercicio. Fue al estacionamiento a buscar el auto ignorando, por supuesto, lo que estaba a punto de sucederle.
A unos cincuenta metros, el equipo de trasgresores ya tenía lista una catapulta que aunque moderna, guardaba un tremendo parecido con esas de las guerras medievales. Ante una seña de Javier, la única señorita integrante del equipo, tiró una palanca para atrás.
Justo antes de entrar en el auto, la víctima quedó sepultada en un chicle gigante, de unos tres metros cúbicos. Desesperado, logró en pocos segundos sacar la cabeza para respirar. Aunque tardaría quince horas en limpiarse el resto del cuerpo.

viernes, 13 de marzo de 2015

Dos pájaros

Ficción

No lo escribimos en ningún momento, pero el asesino de los refranes se llama Adrián. A estas alturas ya mató tres personas inocentes. Un trío de víctimas compuesto por dos personas cualquiera y un político. Pero aunque estemos hablando de una cosa terrible, es su vocación.
Mientras prepara el próximo capítulo de su serie de matanzas, Tomás, uno de los mejores detectives de la historia de la literatura, trabaja en conjunto con la policía. Fue justamente él quien descubrió el sentido discursivo de los asesinatos. Las hebras del hilo conductor de los crímenes son conocidos dichos populares.
El que toca ahora es ese que habla de matar dos pájaros de un tiro. Lo que nos hace sospechar que esta vez las víctimas van a ser dos. Aunque también podrían ser pájaros. Lo cierto es que el homicida se tomó un tren y salió de la ciudad hacia el sur. Tomó también un colectivo y después tuvo que caminar kilómetros.
Ahora está en un aeródromo, de esos en que los fanáticos del vuelo usan sus avionetas y planeadores. En el cielo se distingue un grupo de hombres flotantes, maniobrando sus parapentes. Adrián está muy concentrado. Quizás porque no puede matar de más. Si las víctimas son tres nadie va a poder descubrir en que refrán se basa su próximo crimen.
Frío como pocos, saca un boomerang de la mochila. Uno con las alas bien afiladas. Ve cómo dos deportistas se separan del grupo y reflexiona. Hace unos pequeños gestos preparatorios, muy parecidos a los de los lanzadores del deporte del bate. Inspira y para cuando suelta el aire de sus pulmones el boomerang vuela hacia arriba. Empieza a describir una curva elegante, de un radio enorme.
El arma cortó dos correas y uno de los deportistas no pudo evitar enredarse con el otro. Dieron unas vueltas. La mala suerte, o la extrema destreza de Adrián, quiso que ambos chocaran, cabeza con cabeza. Después cayeron al suelo. Casi no hicieron ruido.
El asesino escapó sin que lo vean. Unos minutos más tarde llegó la policía, sin que la llamen. Tomás imaginó lo de matar dos pájaros de un tiro y pidió vigilancia para todos los aeródromos de la zona. Pero llegó un cachito tarde.

lunes, 9 de marzo de 2015

Ríos de tierra

Ficción

Gabriel había dormido en Santa María. Un pueblo de Catamarca ubicado muy cerca del límite con Tucumán. Antes de acostarse había aprovechado para hacer todas esas cosas que tienen que hacer los fotógrafos modernos, que por no usar más rollos de película tienen que copiar sus imágenes a la computadora y por las dudas a algún dispositivo de almacenamiento masivo, por cualquier cosa que pudiera ocurrir.
La foto que tiene en mente Gabriel para esta mañana es un poco más monumental. Sigue muy inspirado con la arqueología, esta vez pretende usar las Ruinas de Quilmes. Tiene una mochila grande y no para guardar la cámara. Guarda unas extrañas flechas. El arco está en el baúl del auto. En el que también hay unos extraños baldes.
El artista de la luz salió del pueblo hacia el norte y tomó la ruta cuarenta. Cruzó la frontera provincial entrando a la provincia de la independencia y poco después de pasar el empalme con la 357, dobló a la izquierda. No había nadie, quizás por la época del año.
Dejó el auto medio escondido y cargó la cámara, el arco y las flechas. Se ató los baldes del baúl a la mochila y los fue arrastrando hasta la trepada hacia uno de los miradores mientras una tintura de un rojo muy bonito se iba escapando por orificios en las paredes de plástico.
Dejó los baldes muy cerca de la ladera y subió. Comenzó a lanzar las flechas. En las puntas unas bombitas llenas de un tenue naranja reventaban contra el suelo manchándolo con elegancia. Después de un rato quedó conforme.
Tomó la cámara, jugó un poco con el diafragma. Buscó un buen encuadre. Hizo una toma de prueba, que chequeó en la pantalla trasera. Volvió a poner el ojo en el agujerito que le dejaba ver a través de la lente. Y sacó una foto fantástica.

Otra vez me despertaron temprano. Abrí el ojo por un momento muy breve. Alcancé a ver lo que parecían ser paredes bajas dibujando líneas curiosas en el suelo. Esta vez, como abrí el ojo una segunda vez, noté claramente el río rojo que descendía hasta perderse en el borde de mi lente.

lunes, 2 de marzo de 2015

Alfajor suspendido

Proceso

Los argentinos consumen seis millones de alfajores por día. Una cifra sin duda respetable. Aún así la curiosidad que demuestran por el proceso fabricatorio de esta especie de doble galleta con algo en el medio, es escasa.
Claro que en principio los alfajores no son ninguna ciencia. Si sabés hacer galletitas, tenés que hacer dos. Entonces tenés una galletita y le ponés el dulce. Colocás la otra galletita arriba. Apretás un poco. Como el dulce siempre es un poco pegajoso las tapas se quedan juntas.
Ahora bien, una gran cantidad de los alfajores argentinos están bañados en chocolate. Así las galletitas quedan ocultas por una fina capa negra de sabor. El misterio empieza cuando vemos que el alfajor no sólo está cubierto por arriba. También es negro abajo.
Esto ya no es tan fácil. Lo confirmé después de probar en mi casa. Apoyé el alfajor en la mesa y le tiré baño arriba. Nunca se puso negro abajo. Así que comencé una seria investigación con el fin de averiguar cómo los hacen.
No fue fácil porque el concepto tecnológico utilizado no fue patentado y por lo tanto no es público. Pude ver las máquinas funcionando en una fábrica adonde conseguí entrar para inventar fechas de vencimiento. Y como me hicieron firmar un convenio de confidencialidad, muy probablemente termine preso después de contarles esto.
El alfajor viene desnudo hasta una extraña máquina que fabrica tornados longitudinales. Grandes turbinas soplan a través del centro de una cinta y unas aspiradoras chupan por los costados. Entonces sucede algo mágico. Los alfajores quedan suspendidos en el aire, bailando un poco. Dando algunas vueltas. En ese momento les tiran el chocolate arriba.
En un principio el baño es parejísimo, sumamente perfecto. Pero cuando los alfajores alcanzan el final del tornado caen con elegancia otra vez a la cinta. Es el propio peso del alfajor el que hace que el lado de abajo del baño quede chatito.