martes, 28 de abril de 2015

Cerro de los colores

Ficción

Gabriel había podido salir de Tilcara sin llamar la atención. Había sacado una foto increíble y nadie sospechó de su pintura nocturna. La preocupación de los habitantes locales desapareció cuando vieron que el primer chaparroncito lavó todo. Como la policía tucumana no había sido demasiado eficiente nadie estaba en condiciones de asociar lo ocurrido en Tilcara y las cercanías de Amaicha del Valle. Aunque eso no significaba que no fuera a ocurrir en el futuro.
El fotógrafo viajó al sur por la ruta nueve y dobló a la izquierda en la 52. Paseó un rato largo por la feria de Purmamarca mientras anotaba alguna que otra idea en una libreta. ¿Están pensando lo mismo que yo? Sí, está planificando la próxima foto. Seguro vino hasta acá para colorear el cerro de los colores. Esta vez no nos vamos a distraer.
Después de comerse unas empanadas fue hasta el auto. Ya estaba oscuro pero se podía ver cómo Gabriel teñía el agua contenida en unos tanques. También cómo los acomodaba en una extraña mochila, especialmente preparada. Una pequeña bomba, una batería y una manguera con un aspersor en la punta, completaban un increíble dispositivo. Debe haber usado el mismo para pintar el reflejo del cielo en Tilcara.
Camina sin hacer demasiado ruido mientras los turistas se distraen en la plaza principal del pueblo cantando chacareras y huaynos. No usa linterna para no ser visto. Mientras escala el cerro de los colores, intentando recorrer toda la ladera vista desde el pueblo, va rociando el suelo. Cada tanto desconecta la manguera de un tanque para enchufarla en otro.
A la mañana temprano, Gabriel cruzó el río y fue subiendo al cerro ubicado en frente del pueblo con cuidado. Cada tanto se daba vuelta para ver si la altura era suficiente para la toma que estaba buscando. En cierto momento se mostró conforme. Se agachó y sacó la cámara. Buscó el encuadre mirando un poco más hacia el este. Probó dejando el cerro pintado al centro, al costado. También con un leve acercamiento.
Esta vez tardó un rato más que de costumbre. Sacó una foto pero no se sintió conforme con la luz. Dejó que el sol subiera un poco más. Mientras tanto en el pueblo se percibía bastante movimiento, la municipalidad trataba de explicar a los turistas que esos no eran los colores naturales de Purmamarca.
Click sacó la foto y bajó con cuidado. Cruzó el río y se subió al auto. Siguió hacia el oeste. Un rato más tarde llegó hasta el pueblo la noticia. Un loco había pintado el paisaje también en Tilcara y Amaicha.

Vi una montaña. Tenía unos colores hermosos, pero extrañamente vívidos. Al rato volví a ver lo mismo. Me alcanzó para distinguir rosa, azul, verde, marrón, violeta, naranja y blanco. Aunque el blanco quizás haya sido un poco de nieve.

jueves, 23 de abril de 2015

Sobre de líquido

Intento Fallido

Los envases que contienen líquido siempre presentan grandes desafíos. Cualquier terrícola sabe que mientras intenta vaciar el contenido de una botella en una jarra, va gestándose un pedazo de vacío que al crecer tiene tanta fuerza que obliga a una burbuja de aire a entrar en la botella.
Y sabe también que dos cosas no pasan al mismo tiempo, así que o sale el líquido para afuera o entra la burbuja para adentro. Y justo después de que la burbuja se acomoda el líquido vuelve a salir, pero lo hace con desprolijidad, salpicando algo que hasta un instante antes estaba seco.
Peor es el caso de las bolsas. Porque hoy en día las botellas son un lujo. Así que cuando uno va al almacén se encuentra con un montón de fluidos que se venden en bolsas. Muy lindas y refinadas. Pero son bolsas.
Quizás no todos sepan que existe un método infalible para resolver el problema de las burbujas que se apuran por llenar vacíos en estas bolsas. Es una de esas cosas tan simples como prácticas. Se pueden cortar dos esquinas. Entonces cuando un poquito de líquido sale por un lado, un poquito de aire entra por el otro. Y el vacío no puede crecer más.
Estoy por aplicar el método una vez más. Tomo el sobre en la mano y con una tijera común y corriente, de esas que no son ni feas ni lindas, corto una de las esquinas del sobre. Con un ágil movimiento de mi brazo derecho corto otra.
Ya listo para servir presiono el sobre y un poco de mayonesa cae arriba del tomate. Pero una cantidad igual sale disparada en dirección opuesta y ensucia la mesa, muy cerca del plato.

jueves, 16 de abril de 2015

Buscando el boomerang

Ficción

Tomás llegó al aeródromo ubicado al sur de la ciudad convencido de sus sospechas. No podía tratarse de un accidente. Las correas de los parapentes no se cortan tan seguido. Se trataba sin duda de otro crimen de Adrián.
¿Cómo es que sabe Tomás que el asesino de los refranes se llama Adrián? No se sorprendan. Recuerden que se trata del mejor detective de la historia de la literatura. Tan bueno es que suele adelantarse a la trama de los relatos policiales. Y si todavía nuestro asesino anda suelto no es porque Tomás esté poco inspirado, se debe a que hicimos desaparecer todas las guías de teléfonos. No queremos que la historia termine demasiado rápido.
La policía está rastrillando la zona cercana al punto de impacto de las víctimas. Los deportistas muertos deberán ser desarmados en una autopsia reglamentaria, aunque los forenses se juegan y apuestan que la causa de muerte fue un fuerte choque cabeza con cabeza.
Tomás se acerca al policía a cargo del operativo. ¿Encontraron alguna pista? No, contesta el empleado de seguridad estatal, estamos buscando proyectiles, casquillos de bala, huellas, pero por ahora nada. Es que tienen que buscar un boomerang, indica Tomás. ¿Cómo? Sí, esa cosa australiana que da una vuelta y vuelve. Busquen por allá.
Un oficial encontró el arma homicida en seguida. Acostumbrado a las sorpresivamente correctas deducciones del detective, no se sorprendió. Le acercó el hallazgo a su jefe y éste se la dio a Tomás. Que por supuesto agarró el boomerang con sumo cuidado evitando que la grasa de su piel dibujara huellas digitales sobre la madera combada.
Observó con detenimiento el filo del arma. El asesino de los refranes había demostrado además de un dominio exquisito de las técnicas para la fabricación y adaptación de armas, una gran destreza a la hora de lanzar el objeto. No era un tiro fácil. Sin embargo, había conseguido matar dos pájaros de un tiro.
Justo cuando estábamos por colocar aquí el punto y aparte, Tomás se da cuenta de que la próxima víctima va a matarse a sí misma por recurrir a la fuerza y no a la inteligencia. El próximo va a ser un hombre robusto y fuerte, le comenta al policía.

jueves, 9 de abril de 2015

Reflejo del cielo

Ficción

Gabriel estuvo a punto de ser atrapado por la policía. Su intervención en las ruinas tucumanas había sido de gran envergadura y tardó mucho más en desaparecer. Los responsables del sitio arqueológico denunciaron lo sucedido inmediatamente, pero las fuerzas policiales del interior a veces dan oportunidades. Y mientras entre oficiales discutían cómo se escribía la palabra profanación, nuestro querido fotógrafo manejaba intranquilo hacia el norte.
Cruzó a la provincia de Salta y en Cafayate tomó la ruta 68. Y cuando llegó a Salta, esa ciudad linda del noroeste, no se detuvo. En San Salvador de Jujuy tampoco. Lo hizo cuando llegó a Tilcara. Ahí limpió bien el auto y se deshizo de los baldes. Escondió bien el arco guardándolo con las flechas comunes y corrientes. Descargó las últimas fotos y las borró de la cámara.
Comió lo que cualquiera de nosotros comería en ese lugar. Empanadas de carne, humitas, tamales. Quizás algún pedacito de llama. Lo cierto es que a la mañana siguiente llegó con su cámara hasta la puerta del Pucará de Tilcara. Pagó debidamente su entrada y empezó a recorrer los senderos que de a poco atravesaban ese antiquísimo poblado, medio reconstruido medio abandonado, que supo albergar a tantos nativos americanos.
Cuando llegó arriba de todo y sacó su cámara de la funda nos sentimos un poco extraños. ¿Va a sacar la foto? Pero si todavía no hizo nada. Y cuando miró hacia el sur nos dimos cuenta. Las puntitas de muchos de los cardones estaban pintadas. Y más abajo, sobre la margen este del Río Grande, Gabriel había dibujado el reflejo del cielo.
Seguramente lo hizo a la noche, cuando desprevenidos pensamos que después de las empanadas se iba directamente a la cama. Lo cierto es que ahí estaba por fotografiar el paisaje intervenido, pero esta vez sin levantar sospechas. Porque los responsables del predio ya se agrupaban cerca del fotógrafo sin saber quién había podido hacer aquello. Mientras discutían se escuchó un Click.

Había mucha luz, así que abrí el ojo por muy pero muy poco tiempo. Alcancé a ver que estaba mirando desde arriba el cauce de un río. Había unas montañas atrás y algunas plantas desérticas cerca mío. Lo que más me llamó la atención fue el extraño reflejo del cielo sobre la tierra. No pude retener más detalles, la imagen se me fue a la memoria de largo plazo.

miércoles, 1 de abril de 2015

Chorros porteños

Ficción



En el día de ayer se estrenó el último corto de Rubén Film. El microcineasta nacido en Buenos Aires intentó sin éxito llamar la atención de una audiencia lista para disfrutar del último gran éxito del cine comercial norteamericano.
Sucede que el trabajo del desconocido y polémico director argentino nunca dura más de dos minutos. Situación que hace difícil convencer al público de tomarse el trabajo de ir hasta el cine a verlo. Así que como hizo con sus últimas tres películas, el estreno de Chorros porteños tuvo lugar durante los momentos previos a la proyección del largometraje superproducido, entre una propaganda y otra.
La brevísima película, producida por Percepciones de la ignorancia, sufrió la injusticia de la desatención. Incluso podría asegurarse que muchos de los presentes disfrutaron más de las publicidades.
Digo injusticia porque pocas veces se ha visto, condensada en tan sólo ochenta segundos, una crítica tan sutil y efectiva a la corrupción en Argentina. Totalmente rodada en piletas y lavabos, con una banda de sonido que recurre únicamente al sonido producido por el agua y un par de cuencos tibetanos, Chorros porteños nos muestra como la tolerancia social ante la ambición desmedida del gobierno permite que nuestro futuro fluya, pero se vaya por el drenaje.
Merece mención también el tímido coloreo de las imágenes, recurso expresivo que genera la sensación de que entre el espectador y la película hay algo. Una especie de tela traslúcida que va cambiando de color.
Film no consiguió captar la atención de una audiencia impaciente por ver una película llena de efectos especiales, pero conmovió profundamente a sus fanáticos seguidores. Su madre y su abuelo. Ni siquiera lo logró con su hermana.