martes, 31 de mayo de 2011

El afilador

Ficción

El hombre está en su casa. Vive en un departamento en el segundo piso. El edificio es pequeño, está ubicado en un barrio tranquilo. Como pasa con todos los barrios tranquilos, este también se quedó en el tiempo. Me refiero a que todavía pasan cosas del pasado. Los domingos a la mañana pasa un tipo en bicicleta vendiendo churros a los gritos. También pasa a veces el botellero anunciando que compra cualquier cosa. Hasta un verdulero, que viene motorizado, anuncia su presencia con música popular.
Hoy es el turno del afilador. Vino con su bicicleta, esa que se transforma en máquina de sacar filo. Está dale que te dale con su silbatito. Una especie de instrumento andino de plástico con el que no para de dibujar en el aire escalas bidireccionales.
El hombre hoy quería dormir. Ayer trabajó hasta tarde. Para él, cada escala que el afilador toca en su silbatito es una razón para odiarlo. Cuando se pone de pie nos sentimos incómodos. Va a la cocina a buscar un cuchillo. Es grande y da miedo. Quizás le falta filo.
El asesino se asoma al balcón y mira al afilador. No se bajó de la bicicleta, pero aún está ahí. Tengo un cuchillo para usted, le dice el hombre desde el balcón. El afilador se puso contento, aunque no esperaba que el cuchillo terminara clavado en su hombro. El asesino le había asestado una estocada mortal.
El asesino terminó en la cárcel. Nadie le creyó que no había tenido ninguna intención. Yo sólo le tiré el cuchillo para que me lo afile, habría declarado.

viernes, 27 de mayo de 2011

Cabeza perdida

Hecho

Pelletier algo malo hizo. Pero ahora, cuando está a punto de ser ejecutado, se pregunta si lo que hizo es tan grave como para que lo condenen a abandonar este mundo. Por primera vez entiende cuan morboso es que esté lleno de gente. La multitud que viene a ver el espectáculo de la muerte dirá que en realidad participa de la ejecución para ser testigo de la justicia, pero todos sabemos que les gusta mucho la sangre. Pelletier muchas veces participó de las ejecuciones. Todas le gustaron, menos esta.
Él no sabe que desde hoy, 27 de mayo de 1792, será recordado por siempre. Su nombre será escrito en tratados de historia y en enciclopedias. Incluso, dentro de muchos años, se lo recordará en distintos sitios de internet. Pero antes tiene que existir internet.
Ahora seguimos estando en el siglo décimo octavo. Pelletier ya se agachó y acomodó su cabeza en el moderno aparato de la cuchilla asesina. El señor Schmidt tiene miedo. No por el bandido. Teme que la máquina falle. Siempre se dedicó a la fabricación de clavicordios y no está muy seguro del éxito de la guillotina, su nuevo instrumento musical. Por suerte el señor Sanson, famoso verdugo de París, colaboró con todo su conocimiento.
No duró nada. Un ruido seco fue suficiente. Alguien tiene que ir a recoger la cabeza de Pelletier. Desde hoy no se distinguirá entre condenados plebeyos y reales. Todos serán ejecutados con este artilugio infinitamente efectivo. Claro que, cuando la humanidad evolucione, alguien se dará cuenta de que no es la mejor forma de matar. La sangre mancha mucho. Se usará por última vez en 1977, para matar a un inmigrante tunecino.

viernes, 20 de mayo de 2011

Varicela ataca

Metanoticia

Castelli, Provincia de Buenos Aires.
A pesar de los esfuerzos del gobierno de la provincia más importante del país, que intentaba ocultar una situación sanitaria urgente, pudo saberse que en la localidad de Castelli, al menos 16 niños contrajeron la temible enfermedad popularmente conocida como varicela.
El lamentable hecho obliga a estos niños a permanecer en cuarentena. En realidad en octatena, ya que no son necesarios cuarenta días. En este momento todos ellos estarían sufriendo la cruel tortura que todos los que contrajimos la enfermedad alguna vez sufrimos, aguantando las ganas de rascarse por todo el cuerpo.
Según dicen, la localidad amanece todos los días estremeciéndose con los gritos de estos niños. ¡Cómo pica mamá! Quisimos confirmarlo enviando un corresponsal, y de tan fuertes que eran los gritos, se quedó sordo.
El gobernador intentó inspirar tranquilidad y lo consiguió con el anunció de un moderno y sádico plan sanitario que evitaría estos brotes en el futuro. Según informó a este medio, a partir del año próximo, todas las salas de neonatología de la provincia estarán contaminadas con varicela. De esta forma, todos los niños sufrirán la enfermedad ni bien salen del sanatorio. Y después de resistir unos días de picazón y fiebre, ya no volverían a enfermarse nunca en la vida.

jueves, 19 de mayo de 2011

Buen viaje

Divague

Durante mi último viaje en subterráneo he concebido una gran solución para el problema del humor de los pasajeros. Es sabido que viajar apretados como orientales de país superpoblado y sufrir los retrasos devenidos de las frecuentes demoras del servicio pone los nervios de punta. Tanto que si existiera un crispómetro, que no sería otra cosa que un artilugio medidor de la crispación del ambiente, posiblemente ninguna empresa querría hacerse cargo de este enterrado medio de transporte.
La solución real y definitiva resulta inviable. Es que no es ni fácil ni barato duplicar la cantidad de vagones y la frecuencia de los trenes. Ni siquiera lo es producir la energía suficiente como para mover tantos ladrillos con ruedas. Por eso lo que se me ocurrió es hacer uso de la psicología barata. Barata porque tendría bajo costo. Se me ocurrió reemplazar las ventanas de los vagones por rollos de papel que con un pequeño motor eléctrico dieran vueltas indefinidamente. Así la imagen presente en las ventanas se movería permanentemente, dando la sensación de que el tren nunca se detiene. Claro que las sucesivas frenadas y aceleraciones confundirían mucho al pobre oído interno de los pasajeros.
Descarté esta idea. Se me ocurrió una mejor. Simple y fácil. Escandalosamente sencilla. Cambiar la manera de comunicarle a la gente las fallas del servicio. Se les informa a los señores pasajeros que la línea D funciona con demoras, dicen los conductores normalmente. Pero podría ser mucho mejor.
¡Uh! No saben lo que pasó, diría a partir de ahora el piloto, a un viejito se le ocurrió desmayarse en el tren de adelante. Vamos a atrasarnos un poco. Pero está todo bien, ya pasa. ¡Qué lindo es vivir en esta ciudad!

martes, 17 de mayo de 2011

Fabricación del oboe

Proceso

Cualquier persona en este planeta, incluso aquella que ostente la más escandalosa ignorancia, sabe que los oboes no nacen de un repollo. Quizás de tan ignorantes que son no sepan qué es un oboe, pero seguramente entiendan que no nacen de un repollo.
Este antiguo instrumento, que no es otra cosa que un emulador del pato, permite el uso musical de este sonido tan característico sin la necesidad de entrenar a un coro de aves acuáticas. Consiste en un pequeño trozo de madera lleno de llaves. No de llaves para abrir puertas, una serie de tapones que dejan o no salir el aire por los distintos agujeros del tubo.
De más está decir que para que pase aire a través del cuerpo del oboe es necesario hacerle un agujero. El problema es que debe ser cónico. Si alcanzara con un agujero cilíndrico, cualquiera podría hacerlo con un taladro. Pero lamentablemente, aún hoy, no se han desarrollado las mechas inflamables, me refiero a esas mechas capaces de inflamarse (en el sentido médico), volviéndose cada vez más grandes a medida que atraviesan la pieza a agujerear.
Es por este maldito agujero cónico, que todavía ya entrado el siglo vigésimo primero, no pudo encontrarse una forma sensata de industrializar su fabricación. Así que no queda otra que contratar a unos elefantes bastante sociables. Viven en la sábana africana (un pedazo de tela desértico).
Los honorarios de estos elefantes son un poco exagerados y resultan determinantes en el precio final del producto. Un buen oboe puede costar más de diez mil dólares. Más de una vez los fabricantes han intentado negociar un mejor precio, aunque sin resultados. Los elefantes saben muy bien que son los únicos que pueden soplar una rama de ébano con tanta fuerza como para hacerle un agujero.

viernes, 13 de mayo de 2011

El paseo

Hecho

Juan Pablo se dispone a recorrer la plaza. Lo va a hacer en un vehículo abierto. Claro que podría caminar, pero no es tan fácil para él. Una de las cosas que le pasa a uno cuando es Juan Pablo II es que no puede caminar tranquilo por la plaza de San Pedro. Hay mucha gente, le llevaría horas. Es de los pocos que no están de visita en el lugar, vive ahí. Conoce de memoria ese círculo que dibujan los edificios del Vaticano.
Juan Pablo comienza a recorrer la plaza, llena de gente. Tanta que no tiene sentido ponerse a contarla. Todos intentan acercarse al vehículo, quieren estar cerca del representante que dios tiene en nuestro planeta. La guardia del Vaticano vigila, custodia a Juan Pablo. Son profesionales, pero eso no les alcanza para saber que en algún lugar de la plaza está Mehmet Ali Ağca.
El turco, para no tener problemas pronunciatorios, está preparando su rifle. Y no es ningún cazador furtivo, vino hasta el Vaticano para matar a Juan Pablo. Se ve que no es cristiano. No sé muy bien a dónde se está escondiendo, pero acabo de oír el ruido del arma. Ya está cargada.
Juan Pablo levanta los brazos. Saluda a miles de fieles con sólo sacudir su mano. Todos escuchan un trueno. Pero no hay nubes. El turco ya hizo su disparo. Juan Pablo, herido, se cae en el vehículo.
Igual podemos quedarnos tranquilos. Dios no va a permitir que Juan Pablo muera. El turco no alcanzará a escaparse. Dentro de unos años, su víctima va a hacerle una visita en la cárcel. Incluso va a perdonarlo. Pero todavía es 13 de mayo de 1981.

martes, 10 de mayo de 2011

Ring Raje

Ficción

El asesino se distraía limpiando el cuchillo. Intentaba olvidar esa reciente imagen sangrienta. Hacía más de una hora que permanecía sentado en el suelo. El timbre lo devuelve a la realidad. Camina hacia la puerta con una escasa cantidad de pasos, de contundente peso. No hay nadie. El niño que tocó salió corriendo. El asesino volvió a la cocina sin mirar hacia el comedor, no quería ver lo que había ahí. Se sentó en el suelo. El timbre vuelve a sonar. Ahora llegan a oírse los pasos del niño, que corre a esconderse. El asesino, esta vez, abre la puerta y busca al niño con la mirada. No lo encuentra. Cierra la puerta. No pudo evitar mirar hacia el comedor. Sintió náuseas. Por tercera vez suena el timbre. El niño corre como antes, pero esta vez el asesino corre tras él. Ve como el niño se esconde, atrás de un árbol. El asesino ahora camina. Se detiene justo frente al árbol. Le da la vuelta. Nota que el niño mira su mano con una intranquila sorpresa. Olvidó dejar el cuchillo manchado de sangre en la casa. El asesino siente un profundo terror. Lejos de sí mismo, camina de vuelta.

jueves, 5 de mayo de 2011

Error de calle

Ficción

Disculpame, ¿la calle Lavalle?
Un par de cuadras hacia allá.
Eso respondió el muchacho, señalando con el dedo un edificio bastante nuevo. Y la chica, muy apurada, le hizo caso. Pero eso fue hace una semana. Ahora ella está acá, en el mismo lugar en que hizo aquella pregunta, esperando ver aparecer al muchacho de nuevo. No tenía pruebas para demostrarlo, pero intuía que la razón por la que se lo había encontrado aquí era rutinaria. Producto de una actividad que el muchacho realizaba semanalmente.
La chica dedicó todos los días de la última semana a imaginarse posibles situaciones para este próximo encuentro, del que estaba segura aún cuando existe la posibilidad de que no se produzca nunca. Pensó en todos los detalles. Consideró hablarle, comunicarse con gestos, en sorprenderlo por la espalda.
Ella sigue acá, abrigada. El invierno está invadiendo la ciudad de a poco. Hace algo de frío. No tanto como para tener semejante campera, aunque quizás sufra mucho las bajas temperaturas. Vuelve a pensar en el muchacho. En ese encuentro fortuito de siete días atrás. Recuerda en detalle todo lo que siguió a su brevísimo cruce de palabras. Como corrió hacia una calle que estaba en cualquier otra parte. Como nunca llegó a su entrevista de trabajo.
Ahí está el muchacho, camina con paso seguro, igual que la última vez. Pasa muy cerca de la chica pero no la reconoce. Ella empieza a seguirlo, se le acerca. Le grita alguna palabra ensordecedora. El muchacho, confundido, da media vuelta. Ella lo mira a los ojos y lo empuja con fuerza. Él cae al suelo.
La mira, recuerda. Finalmente la reconoce. Puede ver como ella se abre la campera. Saca un revolver. Ella se da cuenta de que no siguió ninguna de las posibilidades que había imaginado, que más bien había combinado todas.
El disparo se multiplicó contra las paredes de los edificios.
Eco de la muerte.