Ficción
Hace ya varias semanas que Gabriel está en Buenos Aires. Su trabajo en el noroeste argentino resultó parcialmente infructuoso. Después de sacar la última foto en Salinas Grandes viajó hacia el sur por la ruta 40, escapando de la policía. La parte positiva es que las fuerzas de seguridad no pudieron identificarlo. Además, cuando constataron que los daños que había sufrido el paisaje no eran permanentes, dejaron de preocuparse en encontrarlo.
Parcialmente infructuoso decía porque si bien alguna de las fotos de los paisajes intervenidos que tomó son absolutamente increíbles, no puede publicarlas en ningún lado. Digamos que puede publicar una y decir que estaba de casualidad en El Shincal cuando un loco pintó las pircas, pero nadie le va a creer el haber estado en el lugar justo en el momento indicado todas las veces.
En la ciudad su estética no tiene mucho lugar. Casi siempre hay gente mirando. Ahora hay cámaras de seguridad. No es fácil intervenir el paisaje urbano sin ser detectado. Así que por estos días luce aburridísimo. Hasta abatido.
Se acaba de acordar de algunos de los consejos de su profesor de fotografía. La luz y el movimiento se pueden usar para dibujar, le había dicho una vez. Y aquí está ahora Gabriel Click, en el balcón de su departamento. Mirando hacia el norte. Armando el trípode mientras el sol se esconde atrás de un horizonte que por culpa de los edificios no puede ver.
Le gustaría poder hacerle bigotes a las caras de los carteles, o pintar las ventanas de algún edificio de colores, pero desde el balcón no puede. Así que mira el norte desde el balcón. Ya tiene su cámara montada en el trípode y no para de apretar botoncitos. Modo manual, foco manual, una longitud focal de 55 milímetros. Y entonces nos damos cuente qué es lo que está esperando.
La trayectoria de aproximación al aeropuerto metropolitano pasa justo por detrás de un edificio ubicado a unos 150 metros del balcón. Cuando se alcanzan a ver las luces de aterrizaje de un avión de cabotaje, se prepara para disparar. Click. Se oye un ruido y unos segundos después, justo antes de que el avión se esconda atrás del edificio, se escucha otro igual.
Esta vez estoy en una ciudad. Me doy cuenta por los edificios. Tuve el ojo abierto como diez segundos. Hubiera podido contar las ventanas iluminadas si no fuera porque un pequeño grupo de luces se movía continuamente.