jueves, 16 de diciembre de 2010

Crece superhéroe

Ficción

La maternidad ha de ser siempre difícil, sobre todo para las mujeres que la practican por primera vez. Pero para la mamá de Agustín la cosa fue aún más tremenda. Hacerse cargo de un niño que con sus humildes cuarenta y ocho centímetros de largo fracturó el dedo de un sacerdote exorcista, definitivamente no era fácil.
La tranquilidad de la que disfrutó al saber que su pequeño retoño no estaba poseído por ningún demonio le duró poco. No es que dudara del diagnóstico del cura, pero poseído o no, tenía que educar a un bebé que flotaba y rompía huesos. Es fácil imaginar que el dedo del exorcista no sería lo último que Agustín rompiera. Mientras crecía, destruía cunas, distintos elementos de la vajilla, sillas, plantas, televisores… Era la cría de humano más cara del mundo.
Fue cuando tuvo edad de ir al jardín de infantes cuando empezaron los verdaderos problemas. Agustín era demasiado chico como para entender que él era diferente, que los demás niños no podían llegar volando al colegio ni demoler edificios con la mano. Y si bien era un chico divino y muy bien educado, el problema era el recreo. Ahí no podía controlarse. Corría por el patio a velocidades inimaginables y cada tanto dibujaba alguna acrobacia aérea en algún pasillo.
Su padre, que participaba activamente de la educación de Agustín y cumplía con sus paternas responsabilidades, discutió una y otra vez con los directivos del colegio. Otros padres habían empezado a mostrar su descontento, no les gustaba nada que un fenómeno evolutivo comiera la merienda al lado de sus hijos. Podría decirse que la maestra jardinera hizo todo lo posible por defender la permanencia de Agustín en el establecimiento, hasta que un día no pudo defenderlo más.
Durante un recreo del tercer trimestre, nuestro superhéroe se enojó por primera vez. Lo echaron del colegio. A partir de aquel día, sus padres tuvieron que hacerse cargo de la totalidad de su educación. Es que tras ser burlado por uno de sus compañeritos, le pegó una patada en la cola. Pensarán ustedes que a nadie echan de una escuela por pegarle a un compañero una patada en la cola. Lo que sucede es que en este caso, el burlesco receptor del golpe ascendió a los cielos propulsado por la patada de Agustín. Subió hasta la estratosfera y permaneció en órbita, hasta que finalmente aterrizó en Hawai adonde hoy se dedica a fabricar tablas de surf.