miércoles, 5 de enero de 2011

Destello vial

Ficción

Era una de esas ciudades con muchos embotellamientos. También variados accidentes viales. Estos últimos ocurrían en momentos o lugares en los que no había embotellamientos. Es que para producirse un accidente, los vehículos deben estar en movimiento.
Toda ciudad busca reducir esa molesta estadística que son las muertes por accidentes de tránsito. Estudian la implementación de multas, programas de educación vial, secuestran vehículos o prohíben el alcohol. Pero aquella ciudad se tomaría las cosas demasiado en serio.
Algún loco de esos que trabajaban en la municipalidad concibió un plan drástico y terrorífico, asquerosamente efectivo. Nunca se supo bien por qué, pero los responsables no se opusieron a implementarlo, quizás porque de tanto calor se les habían hervido las neuronas. La idea era tan tremenda que requirió una reforma de los derechos constitucionales, que contra todos los pronósticos, se realizó muy rápidamente.
En el transcurso de seis meses, se colocó en todo vehículo público y privado un dispositivo electrónico, un detector automático de contravenciones. Dispositivo que gracias a un sistema de posicionamiento global sabía exactamente a dónde se encontraba el vehículo, contando también con un mapa inteligente que juzgaba las maniobras en tiempo real. Cada vez que el conductor metía la pata, sonaba una alarma.
A partir de la puesta en marcha del sistema, la ciudad se transformó en una cajita de música de dimensiones cósmicas. Podían oírse alarmas todo el tiempo, por todos lados. Algunos opinaron que el artefacto era demasiado exagerado, tomando como contravenciones ciertas maniobras para nada ilegales. El sistema parecía estar fracasando, los políticos temieron lo peor.
Tanto dinero había invertido la municipalidad en ese artilugio inútil, que ya no había posibilidad de dar marcha atrás. Reconocer el fracaso del sistema representaba un costo político descomunal. Los conductores de la ciudad seguían manejando tan mal como antes. Decidieron recurrir a un violento manotazo de ahogado.
A lo largo de dos breves meses, se realizó en cada rodado motorizado una ridícula modificación del sistema. La molesta y chillona alarma fue reemplazada por una bomba de explosivo plástico. Cuando los conductores sepan que corre riesgo su propia vida respetarán las normas de tránsito, dijeron los políticos.
El día en que se puso en marcha el explosivo detector automático de contravenciones, la ciudad fue un show de fuegos artificiales.