miércoles, 6 de abril de 2011

La memoriosa

Ficción

Mariana tenía ese problema, recordaba absolutamente todo. En ese sentido se parecía al personaje de Borges, pero ella podía salir a la calle. Y por supuesto, podía abstraerse y pensar. Pero recordaba todo. Vivió en muchos lugares, casi tantos que ya no importa decir a dónde está, porque está un poco en todas partes. Sólo para no caer en una literatura inabarcable, nos concentraremos en los seis meses que vivió en el barrio de Belgrano. Esa porción de la pizza de Buenos Aires que está al norte, casi tocando el río, que a veces se inunda siendo parte de él.
Mariana caminaba por la calle. Iba a hacer las compras, paseaba, miraba vidrieras. Siempre observando. Registrando. Ella es una especie de directora de cine grabando una toma continua. Guarda los rollos de las películas en un pedazo de cerebro, cerca del hipotálamo. Así era como de a poco memorizaba todo. Empezando por los nombres de las calles, seguía con las formas de las fachadas de los edificios, los colores de sus paredes. El tamaño de los locales y los rubros de los comercios, terminando con las personas.
Mariana, a veces en un mes, a veces en un año, conseguía registrar todas las caras del barrio. Veía a los empleados de la librería en el supermercado y a los cajeros del banco en las galerías. Sabía los nombres de algunos, pero conocía las caras de todos. Y como se los cruzaba en distintos momentos a lo largo del tiempo, sabía si tenían hijos, si estaban casados. Cuando la señorita de la memoria absoluta registraba una zona por completo, se mudaba. Era la única manera de matar el aburrimiento.
Mariana tenía un costo de vida elevado. Firmaba contratos de alquiler a tres años pero nunca tardaba tanto en registrar un barrio. Así que se hacía cargo de la rescisión de cada contrato. Mudarse con tanta frecuencia resulta imposible para cualquiera. Pero Mariana no tenía problemas económicos. Aprovechaba su talento. Tenía una banda de secuestros extorsivos.