lunes, 29 de octubre de 2012

Nanorobotitos

Ficción

Esta historia comienza en el preciso momento en que José decide pedir comida hecha. Lo tientan especialmente unas empanadas riquísimas que hacen en un local muy cerca de su casa, pero no tan cerca como para que decida ir en persona. Así que se dispone a llamar por teléfono.
Se estira, recoge su celular de la mesa y marca un número de ocho dígitos. Hace el pedido con total tranquilidad y después de saludar, cuelga. Y en ese mismo instante se siente incómodo. ¿Cómo es que sabía el teléfono de la casa de empanadas?, se pregunta. Si yo no me acuerdo ni el teléfono de mi abuela, se afirma.
Sospecha una conspiración comercial. Quizás los empleados de la fábrica de empanadas lo secuestraron sin que se diera cuenta, hipnotizándolo para volverlo un esclavo consumista. No parece plausible. Pone cara como de me parece que los agarré.
Cuando llegan las empanadas, no las come. Toma la caja así como viene y se la lleva al baño de servicio. No, no las va a tirar por el inodoro. Las quiere analizar con su microscopio electrónico de barrido. ¿Por qué lo guarda en el baño? No tengo la menor idea.
Practica un corte sagital a cada empanada para luego analizar la imagen que devuelven de ellas millones y millones de electrones. ¡Ahí están! José acaba de encontrar unos robotitos nanotecnológicos muy pero muy pequeños. Son tan chiquitos que no hacen cosquillas cuando uno los traga, ni pueden romperse al ser masticados.
Queda averiguar qué hacen. Pero eso José lo sabrá mañana. Bien temprano, le convidará a su gatito una empanada y cuando la trague, le va a dar una buena dosis de anestesia y le va a inyectar algún contraste. Después lo va a meter en su resonador magnético, el que guarda en la cocina. Así descubrirá cómo recordó el número de ocho dígitos que marcó para pedir las empanadas.
En algún momento, ingirió los nanorobotitos y estos, una vez en su sistema, se fueron hasta el cerebro, se filtraron hasta el hipocampo y le fabricaron el recuerdo del número, artificialmente. José pensó en hacer una denuncia, pero se dio cuenta de que en el fondo, le venía bien tener almacenado en el cerebro el número de  teléfono de la casa de empanadas.