viernes, 21 de diciembre de 2012

Mingitorio carnívoro

Ficción

Hace días que el muchacho metrosexual es víctima de una enorme curiosidad. Una curiosidad de esas que tenderían al infinito si fueran consideradas desde la perspectiva del cálculo infinitesimal. Lleva grabada en su corteza visual la imagen del mingitorio del baño del club. No de cualquiera. Recuerda especialmente aquel de la punta, el más alejado de la puerta envuelto en una cinta blanca y roja con el mensaje de peligro.
Todos los días va a ese vestuario antes de empezar su rutina de ejercicios y después de terminarla. Mientras se cambia la ropa, mira fijamente el mingitorio inhabilitado y se pregunta por qué sigue rodeado de una cinta tan amenazante. Pensarán ustedes que podría resolver su inquietud tan sólo preguntando, ya que el vestuario siempre está lleno de gente. Pero el muchacho metrosexual es bastante tímido.
Ahora está a punto de entrar en el vestuario una vez más. Pero esta vez viene muy apurado. La vejiga es quien lo apura, aunque si le preguntan a ella no se hace cargo de nada. Yo sólo hago mi trabajo, el que tomó dos litros de mate es el cuerpo que me traslada, se queja. Así que el muchacho metrosexual entra con gran velocidad. Apenas puede evitar chocarse las paredes.
Cuando entra en la sala para la descarga masiva de orina observa intranquilo que ha sucedido eso que se da sólo cada tanto, todos los mingitorios tienen alguien en frente. Sólo queda aquel del fondo, envuelto en cinta de peligro. Y sí, al muchacho metrosexual no le queda opción. Corre hacia el fondo y arranca la cinta blanca y roja. Saca de adentro del pantalón su manguera direccionadora (sin duda uno de los mayores éxitos evolutivos del ser humano de sexo masculino) y se dispone a vaciar su vejiga.
No tarda en darse cuenta. Todos los demás hombres en la sala lo miran con miedo y lamentablemente, no tienen tiempo de advertirle nada. El mingitorio cierra la boca. Entonces se oye un grito desgarrador, tiemblan las paredes. Todos los hombres presentes se tapan con las manos su zona inguinal. Aunque con excepción del muchacho metrosexual, todos conservan su integridad física.
Al pobre muchacho se le va a complicar el asunto de la descendencia. No parece plausible, que en un futuro inmediato, la evolución nos ofrezca el recurso de la reproducción inalámbrica.