sábado, 5 de febrero de 2011

Bucle de máscaras

Trasgresión

Javier siempre fue un trasgresor.
Sufrió las consecuencias.
Decidió que un fin de semana en Uruguay sería suficiente para descansar un poco. Adquirió uno de esos paquetes turísticos que vienen con moño y todo. Habían pasado muchos años desde la última vez que viajara en barco, aunque eso no le producía ninguna sensación en particular. Cruzar el río más ancho del mundo para volver al otro día no era una hazaña de esas que requieren equipaje. A Javier le alcanzó con su pequeña mochila. Escondió en ella su traje de baño, un esmoquin impermeable. También el siempre necesario equipo de mate y los documentos.
Tardó un largo rato en llegar a la terminal del puerto, y hasta aquí Javier podía confundirse con una persona normal. Se transformó voluntariamente en una vértebra de esas víboras de gente que esperan realizar un trámite. Con paciencia esperó la oportunidad de presentar sus pasajes y obtener el pase de abordar. Sólo quedaba el último obstáculo. Migraciones.
Dejó que los oficiales espiaran su mochila con esos rayos chusmas, que sirven para ver a través de las cosas. Pasó por debajo de ese arco alcahuete, que grita cuando tenés metales. Fue cuando lo detuvo la fila del control migratorio cuando se aburrió definitivamente. Pero como el era Javier, el trasgresor, siempre estaba preparado para estas situaciones.
Cuando fue su turno, Javier se presentó ante el inspector con un sombrero puesto delante de la cara. El empleado, que había tomado su documento sin mirarlo, se sorprendió al levantar la vista. Por favor quítese el gorro, dijo entre molesto y tentado. Javier no se resistió, se quitó el gorro. Tenía puesta la máscara de Menem. El inspector, ya más molesto que tentado, le ordenó sacarse también la máscara del expresidente.
Quizás si eso hubiera sido todo, el control de migraciones le habría perdonado la broma. Pero cuando Javier mostró debajo de la máscara de Menem el antifaz del zorro, el empleado del control migratorio no le dirigió más la palabra, simplemente llamó a la policía del puerto.
Javier nunca cruzó el charco. A pesar de no permanecer detenido mucho tiempo, porque nadie sabía bajo que cargo retenerlo, la escasa media hora que tardó la policía en revisar sus antecedentes, fue suficiente para que perdiera el barco.