Hecho

Dejamos la ventana. Entonces vemos a ese hombre. Con un traje elegante y una barba cana. De pie frente a un escritorio que sostiene una gran cantidad de recipientes de vidrio. A su lado está el otro. Están esperando algo. Mirando con paciencia y ansiedad un termómetro. Parecen estar midiendo la temperatura de una caja, o lo que la caja contiene. No hay mucho con que divertirse.
Aburridos como estamos nos acercamos al dúo de varones. Cuando el termómetro marca cuarenta y cuatro grados, los dos se apuran a sumergir la caja. Por alguna razón quieren enfriarla velozmente. La vuelven a depositar en la mesa, pero ahora lejos del mechero. La abren. Sacan una muestra del contenido. El de la barba cana prepara el microscopio. Se agacha y mira a través del pequeño ocular. Pasan segundos, minutos enteros. Finalmente levanta la cabeza y busca la mirada de su compañero. Sonríe.
Parece que el experimento fue exitoso. Luis Pasteur sabe que con este descubrimiento la industria logrará que el vino y la cerveza llegue a su destino antes de pudrirse, aunque todavía no sabe cuán útil le será a la humanidad ni que todos llamaremos a este proceso con su nombre. Es que todavía estamos en 1864.