Ficción
Que Oriana hubiera comprendido el efecto mariposa con tanta profundidad como para hacer uso de él, era sorprendente. Sobre todo si no se piensa en las relaciones que este efecto tiene con otros mucho más simples y conocidos. Porque en definitiva, el efecto mariposa no es más que un efecto dominó elevado a la enésima potencia.
Cualquiera de nosotros comprende perfectamente de qué se trata el efecto con nombre de juego de mesa. No nos cuesta mucho ordenar una serie de monedas en el suelo, una al lado de otra, todas equidistantes, para después empujando la primera hacer que todas caigan. El efecto con nombre de insecto es exactamente lo mismo, con dos diferencias. El hecho de que en el planeta hay millones y millones de monedas y de que el empujón inicial está muy lejos, temporal y espacialmente, de la catástrofe definitiva.
Oriana, después del atentado a las embajadas yanquis de medio oriente, se molestó cuando supo que en Egipto la tormenta se desvió un poco. Aunque el balance era positivo a pesar de los jeques incinerados en El Cairo. Estaba un poco impresionada. Porque a decir verdad, cuando movió inocentemente aquella planta en su terraza no creyó que fuera a pasar lo que pasó.

Oriana consiguió lo que quería. Ahora no puede ir a la escuela. Nadie podrá tomarle ese examen de matemática.