lunes, 23 de febrero de 2015

Pasajero se cuela


Trasgresión

Una de las cosas que hizo Javier cuando empezó a trabajar para el estado fue aprender a manejar colectivos. No tenía por qué hacerlo pero consiguió convencer a algún funcionario de que en algún momento podía llegar a servir. Hace unos días entró a trabajar como agente encubierto en una línea de tres números para continuar con su audaz cruzada contra las contravenciones cotidianas.
Justamente, está por ocuparse de los pasajeros de escasa cordialidad que se adelantan en la cola para subir al colectivo. Todavía no sabemos bien cómo lo va a ser, aunque imaginamos que lo hará mientras conduce el vehículo.
Seguramente los ciudadanos comunes y corrientes no habrán notado nada extraño en el coche que conduce Javier. Sin embargo, nosotros que lo vemos desde arriba recorriendo las calles de una ciudad caótica, calurosa, húmeda y sudamericana; notamos un extraño dispositivo colocado en el techo, justo arriba de la puerta por donde descienden los pasajeros.
Para no quedarnos con una única perspectiva, bajamos hasta el nivel de la vereda y nos subimos al colectivo. Por supuesto nos metimos últimos, porque nosotros sabemos quién es Javier. Incluso lo reconocimos a pesar de la gorra y los lentes negros.
Una posible víctima sube al colectivo después de ganarles la posición a dos señoras mayores que no pueden mucho más que lanzar miradas de si fuéramos más jóvenes te bajamos de los pelos. Javier muy atento toma nota cerebralmente, porque papel no tiene.
Tuvimos que esperar un rato porque la víctima, orgullosa de su nueva cartera de cuero y su blusa cara y verde manzana, viajaba lejos. Pero justo ahora se para para tocar el timbre. Vemos el reflejo de la cara de Javier en uno de esos espejos que llenan los colectivos. Tiene la típica sonrisa de ahora vas a ver.
El colectivo se detiene. La puerta se abre. La víctima baja. Se escucha un sonidito extraño y antes de oír los gritos vemos cómo unos litros de barro especialmente preparado caen sobre su blusa y su cartera.
Mientras el colectivo se aleja y los gritos también, las dos señoras mayores sonríen de una manera sutil pero perversa. En algún momento Javier las va a agarrar a ellas también.