Ficción
Tomás llegó al aeródromo ubicado al sur de la ciudad convencido de sus sospechas. No podía tratarse de un accidente. Las correas de los parapentes no se cortan tan seguido. Se trataba sin duda de otro crimen de Adrián.
¿Cómo es que sabe Tomás que el asesino de los refranes se llama Adrián? No se sorprendan. Recuerden que se trata del mejor detective de la historia de la literatura. Tan bueno es que suele adelantarse a la trama de los relatos policiales. Y si todavía nuestro asesino anda suelto no es porque Tomás esté poco inspirado, se debe a que hicimos desaparecer todas las guías de teléfonos. No queremos que la historia termine demasiado rápido.
La policía está rastrillando la zona cercana al punto de impacto de las víctimas. Los deportistas muertos deberán ser desarmados en una autopsia reglamentaria, aunque los forenses se juegan y apuestan que la causa de muerte fue un fuerte choque cabeza con cabeza.
Tomás se acerca al policía a cargo del operativo. ¿Encontraron alguna pista? No, contesta el empleado de seguridad estatal, estamos buscando proyectiles, casquillos de bala, huellas, pero por ahora nada. Es que tienen que buscar un boomerang, indica Tomás. ¿Cómo? Sí, esa cosa australiana que da una vuelta y vuelve. Busquen por allá.
Un oficial encontró el arma homicida en seguida. Acostumbrado a las sorpresivamente correctas deducciones del detective, no se sorprendió. Le acercó el hallazgo a su jefe y éste se la dio a Tomás. Que por supuesto agarró el boomerang con sumo cuidado evitando que la grasa de su piel dibujara huellas digitales sobre la madera combada.
Observó con detenimiento el filo del arma. El asesino de los refranes había demostrado además de un dominio exquisito de las técnicas para la fabricación y adaptación de armas, una gran destreza a la hora de lanzar el objeto. No era un tiro fácil. Sin embargo, había conseguido matar dos pájaros de un tiro.
Justo cuando estábamos por colocar aquí el punto y aparte, Tomás se da cuenta de que la próxima víctima va a matarse a sí misma por recurrir a la fuerza y no a la inteligencia. El próximo va a ser un hombre robusto y fuerte, le comenta al policía.