martes, 14 de febrero de 2017

Terremoto lumínico

Ficción

Compartir las vacaciones con casi cualquier fotógrafo es aburri­dí­simo. Ya sea pro­fesio­nal, ama­teur, bueno o malo. Es que mientras se preparan para dis­pa­rar (con la cámara) y revisan la compo­si­ción de su foto y refle­xionan sobre la profun­didad de campo, el plano focal y todos esos tecni­cis­mos, mantienen silencio. Y encima no escuchan.
Gabriel se tomó unos días en la costa argentina porque no le da el cuero para irse al caribe. Es sabido que Argentina tiene lugares sublimes pero si lo que uno busca es una playa mejor irse a otro país. Por supuesto llevó su cámara. Y disparó a mansalva.
Como estaba descansando no aprovecho demasiado la hora de oro. Los fotógrafos le dicen así a esos momentos en los que el sol ilumina el paisaje con ángulos casi paralelos al suelo. Pero para aprovecharlos hay que levantarse muy temprano o quedarse en la playa hasta tarde. Gabriel lo hizo una sola vez.
Salió solo y mientras caminaba hacia la playa fue probando algunas fotos. Tenía la intención de sacarlas con algo de movimiento así que procuró que el obturador permaneciera abierto alrededor de un segundo.
Lo que no recordó Gabriel es que para congelar el mundo en una foto hace falta que la cámara no se mueva mientras se le permite observar el exterior. Claro que a veces las cámaras abren el ojo tan poco tiempo que eso no es una preocupación. Pero un segundo alcanza para retratar el movimiento de un terremoto.

Me sacudía bastante. Aquel que me llevaba seguro estaba caminando por un sendero irregular. Pude abrir el ojo durante bastante tiempo aunque me costó entender lo que veía. Los sacudones no me dejaron hacer foco en ningún objeto.